martes, 28 de enero de 2014

The Scratch

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Ya era oficialmente el cumpleaños de Ron. Quería sorprenderle y presentarme en su apartamento. Contaba con pillarle dormido, pues la semana en el bufete en que ambos trabajamos había sido dura. 

Llegué al portal, aparqué y subí. Caminé descalza hasta su puerta con los tacones en la mano, deslicé la llave con sumo cuidado y giré lentamente. Entré y cerré sin hacer ruido. Permanecí inmóvil por unos segundos, para cerciorarme de que no me había oído. Cuando estuve segura, dejé el bolso y los zapatos y me desnudé despacio, soltando las prendas por el suelo. Recorrí el pasillo de puntillas, pasando junto al salón camino a su cuarto. La puerta estaba abierta. Dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad mientras mi mente anticipaba la escena: deslizar mi cuerpo desnudo bajo sus sábanas hasta el suyo, piel con piel, dejando que dudara si era un sueño, recorrer su cuerpo beso a beso y hacerle el amor, para después dormirme en sus brazos. Sigilosamente avancé hacia la cama y me paré abruptamente. Un larga melena ocultaba el rostro de una mujer, a quien Ron abrazaba desde atrás con el rostro hundido en su cuello. Un grito sordo quedó atrapado en mi garganta, mientras mis manos cubrían mi boca, en una mezcla de crispación, shock y dolor. No podía creerlo. Me tragué las ganas de saltar sobre ellos y liarme a puñetazos. No soy de montar escenas, y el orgullo me dio las fuerzas necesarias para salir de ahí, tan despacio y en silencio como entré. Bebiéndome las lágrimas que brotaban sin que pudiera controlarlo, me vestí junto a la puerta y salí. 
 
 
 
El aire fresco de la noche me vino bien. Apreté los puños de rabia, me sentía traicionada, pero mi mente iba a mil. No pensaba darle el gusto de mostrarme herida y actuaría con fría normalidad. Buscaría el momento de hablar con él fuera de la oficina. Al ir hacia mi coche, vi su flamante Audi aparcado, estrenado hacía unos días. Y no pude evitarlo.

—¡Ahí tienes tu regalo de cumpleaños, cabrón! —murmuré rabiosa. 

Fue como si alguien moviera los hilos y me hiciera actuar así. El resultado: un precioso y profundo arañazo de punta a punta en el lateral del conductor. Aunque las lágrimas seguían fluyendo, mi pequeña venganza con su coche me hizo sentirme menos idiota.

Esa noche no pegué ojo. No ayudaba el saber que él dormía plácidamente junto a otra, mientras yo me sorbía los mocos por el llanto y daba vueltas a todo. Para cuando caí rendida, el despertador, insobornable por muchos morritos que le pusiera, me sacó a patadas de la cama. La ducha y un café bien cargado me activaron, y llegué puntual al despacho. Chequeé rápidamente los emails y la agenda, y fui a su despacho, para felicitarle como si nada hubiera ocurrido. Quería ver con qué descaro disimulaba. Cuando me asomé, hablaba por teléfono junto a la ventana. Al verme, hizo señas con la mano para que entrara.

—Sí, sí, si puede ser esta misma mañana, mejor —decía masajeando y frotando su cuello —. No te imaginas cómo me duele. Ese sofá es un infierno, pero es mi hermano. ¡Qué iba a hacer!

Al oír la mención a su hermano, mi mente hizo click. Casi me atraganto tragando saliva. Comentó hace semanas que vendrían su hermano y su mujer desde Philadelphia para su cumpleaños, y ¡lo había olvidado! Indudablemente, la mujer que vi no podía ser otra que... su cuñada. Y el que estaba con ella su marido. ¡Qué fallo el mío! Pero no era momento de acercarme a la cama o enfocar con linterna, y la sorpresa nubló mis sentidos por completo hasta el punto de creer que era Ron.

—Perfecto. Allí estaré. No sabes cómo te lo agradezco.

 Colgó y se volvió hacia mí con una sonrisa.

—Hola, princesa.

—¡Felicidades! —dije rozando sus labios con un beso tímido, ausente ya de encono y preñado de culpa, sintiéndome lo peor de la Tierra—. Vengo solo a desearte un buen día, que voy volada. ¿Comemos juntos?

—Perfecto. Yo voy apurado también. A media mañana escaparé al quiropráctico. Dejé mi cama a Mike y Carol, y dormí en el sofá. Tengo el cuello roto. Hoy me acogerás en tu casa, ¿no?, —dijo atrayéndome hacia sí y besando mi cuello—, no puedo con otra noche así.

—¡Mmmhhh! ¡Claro! No puedo negarme si me haces eso, cuenta con ello. ¿Qué tal Mike?, por cierto.

—Bien, como siempre, pero ¡no te imaginas el cabreo que tenía esta mañana! Algún cretino le ha rayado el coche, que es casi idéntico al mío.

—¡Vaya! ¡Ay que ver cómo es la gente!

Nos despedimos con un beso. De vuelta a mi despacho, pensaba lo mala que he sido siempre para fijarme en los coches, pero no podía evitar sonreír, a pesar de que mi fechoría afectara al pobre e inocente Mike.



Nota: Post escrito para la Escena 14 "Móntame una escena: doce campanadas" propuesta por Literautas.

sábado, 18 de enero de 2014

Colours & Flavours


Roja, tu lengua, me miente,
y la verdad de tus besos
aleja de mí las dudas que, envidiosas,
me pinchan para que te pelee.

Naranja, tu piel, se ríe,
y me da a beber su sal,
que estalla como néctar
en contacto con mi lengua.
 
Amarilla, tu mente, me reta,
como el limón tras el tequila,
y me saca de ese estado
alucinante que me hace volar.
 

Verde, tu aura, me calma,
poniendo menta en mi boca,
y añade ron, azúcar y lima
para beberme.
 
Azules, tus ojos, se sinceran.
Me sabes a chocolate,
adoro paladearte.
 
Añil, tu mirada, se enturbia.
Huelo y saboreo el deseo,
solo me dejo llevar.
 
Violeta, vuela alta una cometa
y me pierdo en tus colores y sabores.
 
 
Tasting you :)