martes, 28 de agosto de 2012

Personal Matters

Natalia iba por su segunda copa. Acodada en una esquina de la barra y sumida en sus pensamientos, no prestaba atención, ni a la música, ni a las escasas conversaciones que había dentro. La gente parecía preferir la terraza a pesar del calor, pero ella había bajado justamente para encontrar un poco de frescor huyendo del horno de su apartamento, y dentro del garito, el aire acondicionado lo hacía posible. De tanto en tanto el led de su móvil se iluminaba y dedicaba un momento a mirar la pantalla y escribir algo.

Al otro extremo de la barra, Bosco le dirigía miradas de vez en cuando, tal vez tratando de sopesar sus posibilidades de éxito en caso de acercarse. Sin disimulo admiró sus largas piernas, sus brazos torneados, la manera en que se llevaba el pelo tras la oreja para retirarlo de su cara de vez en cuando. Convino en que, sin duda, era una mujer atractiva y decidió que le caía bien. Había algo en ella que le producía esa sensación. Se acabó la copa y se escabulló hacia los baños, pasando junto a Natalia. Aunque no era demasiado tarde y aún faltaban horas para el cierre, empezaba a plantearse la retirada. Y ya casi estaba convencido, pero cuando se acercó a la barra con la intención de pagar, algo le hizo sentarse en un taburete a dos metros de ella para pedir otra copa.

—¡Hola! —se dirigió a ella—. Te veo muy volcada en ese cacharro.

—Sí —respondió lacónicamente sin siquiera volver la vista.

—Entretiene mucho desde luego, pero cuando es posible yo prefiero interactuar con personas reales —dijo intentando iniciar una conversación.

—Tú mismo —respondió ella aún con la vista en el móvil.

—¡Vaya! No te veo muy habladora. ¿Te apetece una copa? —le dijo, conciliador—. ¡Yo invito! Los hielos de la tuya pasaron a mejor vida hace rato.

—Si esa es tu táctica para ligar, olvídate. No vas a conseguir sexo de mí —respondió tajante.

—¿Sexo? Eh, eh... ¡que solo pretendía charlar! —se defendió Bosco, levantando las manos en señal de inocencia y pensando que era pésimo juzgando a la gente al primer vistazo.

—Vale, perdona —dijo ella mirándole y sonriendo por primera vez—. Lo siento, me puse muy borde sin motivo. No llevo un buen día y este calor no ayuda, y no es justo que lo pague contigo. Aunque eso sí, es cierto que lo de tener sexo es algo muy íntimo que no acostumbro a practicar con desconocidos que pesco en garitos.

—¡Jajaja! Te entiendo, —dijo Bosco, confiando de nuevo en su primera impresión, animado sobre todo por la sonrisa que aún bailaba en el rostro de ella—, pero... ¿eso significa que lo de charlar un rato sí lo consideras? A veces es mucho más sencillo hablar con un desconocido, que no sabe nada de tu vida, no te juzga, no te verá mañana, no te señalará con el dedo —dice Bosco girando un instante hacia el barman, y haciendo un gesto con la mano para señalar las copas vacías—. E incluso si lo hace, te la trae al pairo.
 
The bar

—Mira, en eso te doy la razón. Hay cosas que no contaría a nadie de mi círculo de amigos, familia o personas cercanas, pero tal vez sí a un desconocido, precisamente porque la opinión o imagen que se forme de mí me importa bien poco, y eso a veces te brinda una magnífica oportunidad para sacar todo lo que llevas dentro.

—¿Ves?, ya tenemos tema de conversación. Podemos intercambiar anécdotas. A ver, ¿cuál es la situación más bochornosa que has vivido? —preguntó él acercando su taburete junto a ella—. De esas en que das gracias porque no te haya visto nadie y ni siquiera comentas despúes.

—¡Huy!, de esas me vienen a la mente varias. Como una vez en la oficina, en uno de esos momentos en que te estás meando y tienes una reunión a la que llegas tarde. Entras rauda al baño como una exhalación. Dejas tus cosas en la repisa de los lavabos y pasas al retrete, y casi según estás cerrando la puerta ya estás subiéndote la falda o bajándote los pantalones. Entiéndeme, es todo muy rápido. Te estás meando, joder, ¡¡no puedes más!! Y llega por fin el momento de liberar esa tensión. Pssssssss... comienza a caer, y ooops!, el sonido no es del todo el esperado. Pero, "¿¿¡¡qué diantres...!!??", te preguntas. Te detienes a la mitad, y miras horrorizada hacia abajo, para descubrir que... ¡la tapa está bajada! "¡Mierda!", te dices. Y es que las tías no nos sentamos en los baños públicos, con lo que si no has prestado atención a la tapa al entrar con prisa, no te das cuenta justamente hasta que no empiezas. Tuve que recoger todo lo mejor que pude y a la velocidad del rayo para volar hacia la reunión, y usé metros y metros de papel higiénico que era lo único que, afortunadamente, tenía a mano, porque una es despistada, pero muy limpia.

—¡Jajaja! ¡Menudo caso! Y luego nos abroncáis por dejar la tapa abierta en casa.

—Ya, ya, ya, pero este es otro caso, no mezclemos. En un sitio público es distinto y casi siempre suelen estar levantadas, sobre todo por eso de tocar lo menos posible. Pero vamos, las anécdotas de las mujeres en los baños dan para escribir un libro, te lo digo yo —replicó, dando un trago a la bebida que el camarero había colocado frente a ella—. Ya me gustaría a mí veros entrar en el baño encharcado e inmundo de un garito, con el bolso, el abrigo, a veces hasta con la copa, de puntillas, bajándote los pantalones al tiempo que intentas subirles el bajo por no mojarlo con el líquido del suelo, cosa que te aseguro no es fácil, y todo ello haciendo equilibrios para no rozar ni suelo, ni paredes, y aun así ¡lograr tu objetivo!, por supuesto sin mancharte y sin tirar nada al charco en el que estás. Te reto a que lo intentes un día. Lo vuestro es mucho más fácil, ¡dónde va a parar!

—¡Uffff! Calla, calla... Pido seguir siendo un ser simple en mi próxima vida y reencarnarme en hombre. Si tengo que montar eso simplemente para mear, no quiero ni pensar en todo el resto —dijo riendo.

—¡Jajaja! Bueno, confieso que aun así, a mí me compensa ser mujer, y no lo cambiaría por nada —sonrió Natalia—. Pero, no nos desviemos del tema, que ahora te toca a ti contar una anécdota bochornosa.

—A ver, déjame pensar qué te cuento yo...

Y así continuaron, charlando animadamente, intercambiando anécdotas y aventuras que a más de uno de sus conocidos le habrían espantado pero, esa confianza que a veces surge entre dos desconocidos, parecía innata entre ellos, como si realmente se conocieran de toda la vida y no se juzgaran, y les permitió desnudar sus almas con absoluta naturalidad. Se sentían tan cómodos desvelando todo tipo de secretos el uno al otro, que el tiempo pasó volando de historia a historia, y llegó la hora de cierre sin que apenas fueran conscientes.

Abonaron las consumiciones y, con un poco de cara de resignación, se avinieron a salir a la calle. Al menos había refrescado y Natalia lo agradeció. Su apartamento estaba a solo una manzana del pub. Se habían hablado con la frescura y naturalidad de quienes hace tiempo que se conocen, y ahora la conversación se impregnaba del nerviosismo de una primera cita. Iniciaron las consabidas frases de despedida y cuando no quedaba mucho más que decir, o tal vez quedara todo, Natalia se quedó mirando a Bosco, con un amago de duda dibujado en su rostro y, un poco azorada, pero con los ojos brillantes y pícaros dijo:

—Mi apartamento está aquí al lado. Me has dicho que viniste en coche, y no creo que conducir sea la mejor idea por ahora. Si te apetece seguir charlando, creo que tengo lo necesario para preparar unos mojitos.

—¡Hecho! —dijo Bosco de inmediato, tal vez pensando que era mejor contestar antes de que retirara la oferta—. El tiempo se me pasó volando contigo y es pronto aún, la verdad, así que... ¡vengan esos mojitos! Aunque..., no sé si eres consciente de que eso no mejorará mi estado para la conducción.

A refreshing mojito 

—¡Jajaja! Tranquilo, soy muy consciente. Sé que fui muy borde al principio, pero me caes bien y confieso que, después de tanta confidencia, tú ya eres de todo menos un desconocido, —dijo guiñando un ojo—, así que, no sé dónde aún, pero te puedes quedar a dormir en casa.

Y con una sonrisa y recobrando la naturalidad como de conocerlo desde siempre, se colgó del brazo de Bosco y echaron a andar camino del apartamento de Natalia, dejando que el eco de sus pasos y sus risas se fuera diluyendo en la noche.


jueves, 23 de agosto de 2012

The Night Thief

Con todos los sentidos alerta, se deslizó fuera de la cama, sigilosa como una gata. Se vistió a oscuras, poniéndose en silencio las prendas que descansaban en la banqueta. Salió descalza y de puntillas de la habitación, llevando en su mano los zapatos de robar vidas, que se puso antes de coger su bolso y salir, con sumo cuidado de no hacer ruido al cerrar la puerta de la casa.

Deambuló por la ciudad el resto de la noche, aprovechando que esos zapatos le daban la magia necesaria para atisbar lo que a simple vista no se ve, para poder colarse en las casas y situarse a los pies de la cama de la persona elegida, concentrarse en ella durante la fase del sueño, y de ese modo ver su verdadera vida en imágenes. Había salido justo a eso, a recorrer el escaparate de vidas deseadas y poder elegir una que sustituyera a la suya. Así, en la noche, como una espía, fue acercándose a los sueños y realidades de aquellas mujeres a quienes consideraba afortunadas y felices, al menos a juzgar por lo que proyectaban.

Vio a esa mujer de armas tomar que trabajaba en el bufete de abogados. Era una diva que derrochaba éxito y perfume a partes iguales allá por donde pisaba y que, en el fondo, no era sino una pobre desgraciada que vivía sola, arrinconada en el sofá de cuero beige de su espacioso y caro salón, sin hacer otra cosa que lamentarse por su soledad, ganada a pulso por su forma de tratar a la gente, a la que usaba solo para sus fines y conveniencia.

Curioseó en los entresijos de la vida de esa otra chica del gimnasio, la que iba para top model o eso creía ella, rodeada siempre de hombres alabando su belleza y riéndole las gracias. ¡Pobre! También descubrió en ella la infelicidad, la dureza de una vida dominada por la báscula y por el espejo, que la hacían sentirse culpable por haber tomado para cenar una hoja de lechuga de más.

Magic Shoes, by Aleksandra Nowak

Descubrió que Marina, su vecina, la que parecía tener una vida perfecta con su marido y sus gemelos, se retorcía de celos cada día, dejando que su inseguridad creciera, y veía una posible amenaza cada vez que su marido mencionaba el nombre de una compañera de trabajo. Ello le había hecho ponerle los cuernos en repetidas ocasiones, como venganza, sin siquiera estar segura de que el bueno de su marido hubiera hecho lo mismo, pero aun así, con ello, no había calmado su creciente infelicidad.

Y así, una tras otra, desde su jefa a la encantadora novia de su amigo Jorge, fue visitando por unos minutos a aquellas mujeres a las que en algún momento había conocido, y habían dejado en ella la impronta de una mujer fracasada, algo debido tan solo al ejercicio que ella misma había ejecutado mentalmente al comparar ciertos instantes de su anodina vida con la aparente perfección y felicidad que parecían abundar en las de ellas. 

Tras su recorrido, decidió, aún sorprendida de descubrir lo equivocada que había estado, que la gran mayoría de ellas eran un asco de vida, y que el resto no se diferenciaban tanto de la suya. Comprendió de pronto que, de hecho, prefería mil veces su vida, en la que detectaba ahora matices que había ido olvidando e ignorando. Tenía una familia maravillosa a la que adoraba, una pareja que la quería y con la que compartía innumerables momentos especiales, amigos de los buenos, un trabajo que le permitía desarrollar su creatividad... ¿Por qué había ignorado todo eso?, se preguntaba. Mucho se temía que de un tiempo a esta parte se había dejado llevar por lo que veía en algunas películas, y había obviado el hecho de que son solo ficción, y que, cuando aparece el The End, nos quedamos sin ver lo que viene después, tal vez no tan idílico, ya que al final siempre aparece algo de rutina, y alguna que otra discusión en esa pareja, por muy de cine que sea. Se había dejado tentar, añorante, por los recuerdos de ese maravilloso inicio de toda relación, en que, precisamente por no conocer del todo al otro, vivimos el momento de forma mágica, magnificando las sensaciones que nos recorren. Incluso había acariciado en sueños la idea de tener una aventura por revivir esos instantes. Pero por fin, su viaje nocturno le había abierto los ojos, su vida estaba bastante bien sin necesidad de compararla con ninguna otra. El paseo había logrado que viera la escena desde fuera y valorara todo lo positivo que estaba dejando de lado.

Pronto amanecería, y sintió de repente una urgencia por volver a su casa, por meterse de nuevo en su cama y abrazar a Lucas, por hacerle el amor con desatada pasión. Se sentía más viva y despierta que nunca. Dirigió los pasos de sus zapatos mágicos rumbo al hogar y, silenciosa como había salido unas horas antes, se paró ante la puerta de su casa, se descalzó y abrió con infinito cuidado. Anduvo de nuevo de puntillas, desnudándose por el pasillo a medida que se acercaba a la habitación. Entró en silencio y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad mientras se metía en la cama, alargando sus manos hacia Lucas. Pero allí no había nadie. La cama estaba vacía. Encendió la luz, asustada, y de un salto corrió a mirar en el resto de la casa. No había nadie más que ella. No entendía dónde podía estar. No había nota que explicara nada, ni llamadas en su móvil.

Empty bed
Se sentó en la cama, intranquila y confundida, ocultando la cara entre sus manos, intentando pensar, sin entender. Pero tímidamente una idea oscura surcó su mente. Se levantó y se giró hacia el armario de Lucas y lo abrió. Allí, en las barras de la parte baja del armario, perfectamente limpios y alineados, estaban sus pares de zapatos. Todos menos uno. Descubrió horrorizada que faltaban sus zapatos de robar vidas.