viernes, 27 de abril de 2012

Little By Little

Es de noche. Todo está en silencio en la residencia de estudiantes, con la excepción de algún ronquido aislado o alguien que murmura en sueños. Cada noche, invariablemente, ella repite el mismo ritual. Abre los ojos y despacito se desliza fuera de la cama. No se entretiene en ponerse algo encima, y sale tal como está. Recorre descalza los pasillos, de puntillas, sigilosamente. Se aventura cada noche, cuidando mucho de no hacer el más leve ruido. Llega a la habitación donde él, ajeno a todo, duerme profundamente. Abre la puerta con sumo cuidado. Cuando su vista se acostumbra a la oscuridad reinante y distingue los perfiles de los objetos, se aproxima a su cama muy despacio, poniendo cuidando en no tropezar. Cuando lo tiene a su merced, lo observa calmadamente. Si el amor tuviera un color visible, se apreciaría que en esos instantes emana de ella con fuerza. Como una bailarina, con exquisita delicadeza, reclina su cuerpo hacia él, casi aguantando la respiración, y besa muy suavemente sus labios.

Pero esta noche algo es diferente. Ella despierta, tal vez por la costumbre que su cuerpo ha adquirido, pero no sale de la cama. Solo entreabre un poco los ojos y da media vuelta. Sonriendo se arrebuja bajo el edredón y vuelve a sus sueños feliz.

A la mañana siguiente él despierta. No ha dormido bien. Se siente distinto, es como si le faltara algo, y se afana en ducharse rápidamente para bajar lo antes posible al comedor a desayunar. Es donde se reúne con ella cada mañana antes de dejar la residencia y salir hacia la Facultad. Pero esta mañana siente una urgencia desconocida por verla. No sabe el motivo, pero casi diría que la echa de menos. Termina sus preparativos y baja saltando los escalones de tres en tres. Entra en el comedor sin aliento y sus ojos la buscan en las mesas junto al ventanal. No está. Su vista recorre el resto de mesas y se acerca a la zona del buffet por si está allí. Pero no, no está. Algo extrañado, se sirve un zumo, se prepara un café y coge un croissant. Piensa que tal vez se le han pegado las sábanas, aunque es ella siempre la primera en bajar. Desayuna tranquilo, pero sin apartar los ojos de la puerta y mirando el reloj a cada momento. Es casi la hora de irse al autobús si no quiere llegar tarde a clase. Recoge su mesa y sube a la habitación a lavarse los dientes y a por su mochila.

Ya de camino intenta hacer memoria del día anterior, pero no recuerda que ella dijera nada que explique su ausencia. El autobús hace su recorrido y él baja de un salto cuando para y abre las puertas. Sube con brío los escalones de la Facultad y entra. ¡Por fin! Ella está allí, puede verla de perfil cerca de la cafetería. Está charlando animadamente con un tío. No lo conoce, pero le suena de haberlo visto con ella a veces, en los descansos entre clase y clase. Tal vez tengan alguna asignatura común. Se acerca a ellos y le pregunta por la ausencia en el desayuno. Ella se sonroja un poco cuando dice: "Había quedado con Julio para desayunar en la Facultad y me vine muy pronto. Sorry! Olvidé decírtelo". Él le quita importancia y se despide para ir a la clase que está a punto de empezar. Mientras sube las escaleras les mira desde arriba. Ambos ríen, se les ve que actúan con familiaridad. Aún no lo entiende. No puede procesar sus sentimientos. Ya pensará más tarde qué significa la punzada que siente en el pecho y esas incontenibles ganas de gritar, de plantarse entre ambos, de cogerla de la mano y llevarla con él. Ahora no tiene tiempo. Llega tarde, llega muy tarde,... y tal vez no solo a clase.


La mayoría de las veces el amor no se manifiesta de repente, ¡zas!, sino que es un proceso lento. Es como si hubiéramos sufrido la picadura de un insecto que hubiera plantado en nosotros un organismo diminuto. Cuando estamos con la persona causante de la picadura, se va alimentando al bichito sin que nos demos cuenta. Va creciendo y extendiéndose sin que seamos conscientes de ello. Y un buen día, tal vez con esa persona delante o tal vez precisamente por su ausencia, nos demos cuenta de que algo estalla en nosotros y es imparable. Aquel minúsculo inicio es ahora como un bosque frondoso, como un jardín salvaje, como un bravo mar que nos agita,... we're in love!

jueves, 26 de abril de 2012

To Unvirtualize Or Not To Unvirtualize?

Es muy fácil en estos tiempos comunicarse con alguien, incluso si vive en la otra punta del globo. Dejando a un lado el handicap de la diferencia horaria, que lo es, si realmente te interesa, buscarás la manera. En la mayoría de los casos no se tratará de la tradicional carta, viajera de un lado a otro normalmente por avión o tren, sino más bien de la comunicación online o quasi-online que nos brindan tantos canales hoy en día: Twitter, Facebook, Whatsapp, Google Talk, Viber, email, teléfono fijo o móvil, SMS y tantas y tantas opciones. El uso de cualquiera de estos canales y herramientas te permite ir conociendo a la persona. Tal vez pasas del Twitter al email, y de éste al chat, y de ahí a escuchar su risa y su voz, para poner más realismo a esos ¡Jajaja!, Lol! y emoticonos variados que ayudan a dar expresividad al mensaje, pero que no tienen comparación con el sonido real cuando por fin lo escuchamos. Las ideas preestablecidas que pudiéramos tener se barren de un plumazo, y de pronto la voz que anhelábamos conocer nos encanta, o por el contrario nos parece chillona, o tal vez no nos gusta el acento, o nos enamoramos de esa risa tan fresca. Cualquier cosa es posible, y no solo con la voz, sino también con la imagen. Las fotos son instantes detenidos en el tiempo, pueden no ser actuales, estar retocadas con efectos que las mejoren, o hasta pueden ser falsas y no corresponder en absoluto a la persona que hay detrás. Nos entra el deseo de ver en movimiento esa imagen, de unirla a la voz que ya conocemos, clamamos por un encuentro, o a falta de él, un vídeo encuentro. Es normal y es fácil que pronto nazca en ti la necesidad o ganas de "desvirtualizar" a esa persona, de ir más allá de oír su voz por teléfono o ver su imagen in motion a través de una webcam, y ahí es cuando se plantea la eterna traba de la distancia física, especialmente desesperante cuando crees que te has enamorado de esa persona.

Communication tools
Si es de la misma ciudad, ¡facilísimo!, en un abrir y cerrar de ojos puedes estar tomando unas cañas o un café. Pero si es de una ciudad, país o continente distinto, ¿qué haces? Tengo contactos de otras ciudades a los que me encantaría conocer mejor (blush!) pero me frena el hecho de que nos hallemos tan lejanos. Si en una relación en buen estado ya existente se impone la separación física, por ejemplo por temas laborales, será duro, claramente, pero en el caso de una relación potencial, indudablemente supone un gran freno, hace que se vaya muchas veces al traste y es condenada antes siquiera de haberse iniciado. ¿Qué hacer? ¿Lanzarse a la piscina y seguir avanzando virtualmente quitándole hierro al asunto de la distancia y ya se verá qué pasa si llega el momento que menciono? ¿O, para ser práctico, te limitas a intentarlo solo con contactos locales? Como siempre, el soñado teletransporte me viene a la mente, y facilitaría todo mucho más, pero dado que no se deciden a inventarlo y que los viajes, baratos o no, llevan su tiempo y obligan a veces a tomar vacaciones, ¿qué aspectos barajas para decidirte a emprender el salto hacia un encuentro? Considero que habrá que tener en cuenta la distancia virtual y la distancia física, entendiendo la primera en el sentido de "a mejor comunicación, de calidad, frecuente y con alta velocidad de respuesta, menor distancia virtual", con lo que a la hora de dar pesos a las herramientas usadas, tendría más peso una webcam que una simple carta, pues están "más cerca virtualmente" dos personas que se comunican por videoconferencia que dos que se comunican por la tradicional carta postal, con sus sellos y esperas. Pero la distancia física importa, y mucho, al menos a la hora de dar el paso de tener frente a ti a la otra persona, y poder olerla y tocarla.




Cuantificados los pesos o valores de cada una de los herramientas de comunicación, ¿cuánto ha de ser el valor del factor de desvirtualización para decidirse a ir a la aventura? ¿De cuántos virts por Km estamos hablando? :)

miércoles, 25 de abril de 2012

Nested Dreams

Me dormí. Y caí en un sueño. Y en él, en algún momento, también quedé dormida. Soñé que soñaba, y dentro de ese sueño había otro... No importa cuánto me adentrara porque dentro de cada ficción surgía otra nueva, y me llevaba a un Universo del que podía apreciar, antes de sumirme más hondo en el dulce sopor, que era diferente al anterior. En todos me veía a mí misma, y reconocía distintas partes de mi yo, que al avanzar parecía irse completando, suma de los yoes anteriores. Y en todos, también estabas , siempre igual. Inicialmente te vi, a cierta distancia, pero lentamente, con cada nuevo salto, me acercaba un poco más a ti.
Mis sueños se multiplicaban como si fueran infinitas muñecas rusas, y mis yoes iban evolucionando, al igual que el huevo se vuelve oruga, y ésta se torna en crisálida antes de formar la mariposa. Ya estaba en un nivel muy profundo, a pocos centímetros de ti. Tú me mirabas dulcemente, con esos grandes ojos en los que me gusta hundirme. Fijé mi mirada en la tuya. En mis ojos podías leer todo lo que siento por ti, no hacían falta palabras. Bajé levemente la vista hasta tus labios, que invitaban a un beso infinito. Creo que iba a besarte. Sí. Iba a besarte. No podía resistir más tenerte tan cerca sin besarte. Muy despacio, milímetro a milímetro, sin dejar de mirar tus ojos, en los cuales me había vuelto a hundir, acerqué mi boca, entreabierta y anhelando el encuentro. ¡Estaba tan cerca! Nuestros labios se rozaron levemente y... ¡desperté! Desperté en un solo instante de cada uno de los sueños contenidos en el otro, rápidamente, ¡zas!, de golpe, sin poder entender ni asimilar nada. Pero... ¡ahí estabas tú!, tu cara frente a la mía, en nuestra cama. Mirándome y acariciando mi cara con ternura, besándome un "buenos días, Princesa" en cada cachito de piel que conquistabas. Ansiosa de ti, hambrienta, te abracé hundiendo mi cara en tu pecho, jadeando, besando tu cuello, lamiendo tus lóbulos, mordiendo tu espalda, revolviendo tu pelo, bebiendo de tu boca como si llegara de un desierto. Hicimos el amor con una pasión olvidada. ¡Qué bueno es soñarte!, sí, pero prefiero mil veces no encontrarte en mis sueños y, al abrir los ojos,... verTE.

lunes, 23 de abril de 2012

The Seaman

Cierta tarde de primavera conocí a un marinero. Aún no sé si el destino tuvo algo que ver. Paseamos por la playa, recogiendo conchas y charlando, y nos sentamos en la arena para ver juntos la puesta de sol. Mientras presenciábamos el espectáculo me contaba sus anécdotas y viajes. Me parecía conocerlo desde siempre. Recuerdo que en cierto momento nos abrazamos mientras el sol se ponía, con tanta naturalidad como si siempre hubiéramos estado así. Nos hicimos amigos, y al poco tiempo amantes. En algún momento, desoyendo lo que mi cabeza me decía, me enamoré de él, pero nunca se lo dije. Creo que incluso me lo oculté a mí misma. Tal vez fue ese mi error, o tal vez, aún confesándoselo y confesándomelo, nada habría cambiado. Acaso en las cosas del amor no hay ni error ni culpa que valga, y sucede que son o no son, sin más. Puede ser que entonces yo no fuera lo bastante valiente como para para quitarme la venda protectora y ver, y es ahora cuando ya no lo tengo, que me estoy dando cuenta de cuánto lo amo. Pero es tarde.

Aprendí muchas cosas a su lado y disfruté de cada momento, de su voz y sus historias, de sus bromas, de sus ojos, de sus abrazos, de su boca, y sobre todo aprendí que la amistad está por encima del amor, y es que es otra forma de amor, la más bonita, tal vez. Ahora ya no estamos juntos, no. Él tuvo que partir y navega de nuevo, rumbo a otras playas, a otra ciudad, donde encontrará el amor que le haga echar el ancla a su barco.

Sunset

Yo seguí con mi vida, y conocí a otros hombres, algunos de ellos marinos, tal vez porque buscaba en ellos algo de él. Sigo adelante, feliz, porque lo llevo conmigo allá donde voy, y hasta, a veces, las olas traen hasta mis pies alguna botella con sus mensajes, y eso me ayuda a seguir conectada y no echarlo tanto de menos cada día. Algunas tardes de domingo bajo a la playa donde lo conocí, y paseo tranquila. Mi mente se llena de recuerdos, y cuando el último rayito de sol se esconde, mis ojos compiten con el mar fabricando alguna lágrima que las olas, envidiosas, lamen y se llevan consigo en su retroceso. Me levanto, y emprendo la vuelta a casa. Mientras camino, aún con el surco de sal en mi cara, sonrío de corazón, porque siento que, allá donde esté, él es feliz.

jueves, 19 de abril de 2012

Touch...ing (Part II)

…el inicio de la historia lo puedes leer aquí

Laura salió del metro y camino unos minutos hasta el Centro Comercial. Localizó la peluquería en el panel de información, y dirigió ansiosa sus pasos hacia allí. Descubrió que la tal Clara no existía y que la supuesta campaña de captación de clientes era mentira. Sus hombros se descolgaron y perdió la confianza que traía. La encargada, la de verdad, notó su frustración y contrariedad. Era evidente de que había sido víctima de una broma, y parecía tan hundida. "Pobre mujer, se ha quedado totalmente abatida", —pensaba—, "y el caso es que tiene unos pómulos divinos que no se ven resaltados en absoluto con el peinado que lleva".

—¿Sabes qué? —dijo dirigiéndose a Laura—. Siento mucho que hayas sido víctima de una broma. No sé quién tendría intención de hacer algo así, ni por qué, pero tal vez es una señal, y ya que estás aquí, creo que deberíamos hacer algo con ese pelo. Tienes una cara preciosa que mostrar al mundo, y nuestro Piero es un artista. ¿Qué te parece si te regalo un bono del 50%?.

Laura se quedó azorada. Sentía apuro por haber sido tan crédula, pero las palabras tan amables de la encargada lograron convencerla, y pensó que tal vez sí fuera todo una señal. Necesitaba un cambio y lo tendría.

—Cariño, ven conmigo por aquí al lavabo —le dijo el tal Piero—. ¡Te voy a dejar di-vi-na!.


Bruno, tras calentar unos minutos, se había aplicado con ganas al spinning durante media hora. Estuvo un rato en las máquinas de Pilates y finalizó con estiramientos. ¡Quién lo hubiera dicho unas horas antes! Ahora se sentía pletórico y lleno de energía. Hacía un día tan magnífico que decidió salir del gimnasio y terminar su ejercicio corriendo un poco. esa Por esa zona no había más que asfalto, pero podía acercarse al parque y volver hacia su casa dando un rodeo.


Gabriela se desperezaba en los brazos de Leo. Tendría que ir pensando en volver. Habían robado al sábado unas horas maravillosas. Por primera vez en su vida, se sentía libre y segura de sí misma cuando estaba con él. Desde el mismo instante en que intercambiaron unas palabras es como si le conociera de siempre. Tenía todo lo que había anhelado encontrar en su pareja. A veces tenía que pellizcarse para cerciorarse de que era real, de que no era un sueño, de que le estaba ocurriendo a ella.

Se despidió con pena y quedaron en verse al día siguiente. Ya pensaría en algo para poder escaparse un rato. Bajó en el ascensor y fue hacia su coche. Arrancó y conectó su iPod. Aún se sentía flotando, estaba como en las nubes, dejándose llevar por la música que sonaba, pero con la mente poblada por las imágenes de las últimas horas. Estaba enamorada, de eso no cabía la menor duda.


—¿Sí? —respondía Daniela al teléfono—. ¡Holaaaaa, papá!” —se calla y escucha—. No, no está. Salió esta mañana pero lleva su móvil. Llámala —juega con sus rizos enrollándolos en el dedo índice con una sonrisa mientras le llegan al otro lado las palabras de su padre—. ¡Genial! ¡Qué bien! Ahora se lo digo a Darío —dice contenta—. ¡Hasta mañana, papi!.


Piero había cortado a Laura un buen trozo, pero aún podía presumir de melena, que ahora estaba viva y brillante, en lugar de lacia y sin gracia como antes. Se miró con ayuda del espejo que le ofrecían para ver la parte de atrás y fijó finalmente su mirada en el espejo grande. Le gustaba lo que veía. Estaba satisfecha.

Agradeció a Marta, la encargada, el detalle que tuvo con ella, pagó prometiendo volver, y dio a Piero una merecida propina. Dejó la peluquería y ahora sus pasos eran firmes al ir hacia la salida. Salió a la calle, y echó a andar hacia el metro. Caminaba confiada por fuera, pero por dentro iba dando saltos como una chiquilla. La calle le parecía más brillante y los contornos de la ciudad aparecían a sus ojos como recién perfilados, como si alguien hubiera aplicado algún efecto de Photoshop llenando todo de magia. Todo le llamaba la atención. Había dejado de ser una triste sombra que se dedica a vegetar, y ahora renacía hambrienta del mundo, de aventuras, de conocimiento, de comunicarse. Sonreía a la gente con la que se cruzaba. Se acercaba a los escaparates curiosa y le daban ganas de comprar todo.


Bruno llegó al parque corriendo, y dio unas cuantas vueltas a modo de circuito. Miró el reloj y pensó que había hecho bien en levantarse y salir a hacer deporte. Era buena hora para volver a casa, darse una buena ducha y salir a comer. Emprendió a la carrera el regreso.


Gabriela conducía ensimismada, barajando en su mente posibles desenlaces cuando les dijera a sus hijos que estaba con alguien. Tres meses podrían parecer poco, pero no tenía ganas de esperar a que fueran mayores de edad. Tal vez pidiera ayuda a su ex.

El sonido del móvil la sacó de sus cavilaciones. Sujetó firmemente el volante con la mano izquierda mientras con la derecha tanteaba dentro del bolso. Lo encontró, por fin, y como si hubiera sido conjurado vio el nombre de su ex en la pantalla. Pulsó la opción de responder y justo cuando miraba a la pantalla para activar la opción de altavoz y así poder hablar en manos libres, vio por el rabillo del ojo que el coche delantero frenaba de golpe y al frenar el suyo se le resbaló el móvil al suelo bajo sus pies. Con el coche parado dobló el torso hacia adelante intentando encontrar el móvil a base de dar golpecitos con la mano por todas partes, pero no daba con él. Gritaba a su ex que no le oía, que esperara, que se le había caído el móvil y lo buscaba frenética. El conductor de atrás se puso a pitarla para que reanudara la marcha, y así lo hizo, y a dos manzanas lo perdió de vista al virar. Ahora no llevaba conductor delante ni detrás, circulaba por una calle larga de un solo carril, y eso la envalentonó a hundir la cabeza hacia el suelo solo un momento para encontrar el móvil. No lo veía. Lo mismo había caído bajo el asiento.


Laura iba por la calle flotando y haciendo piruetas encantada con su nueva imagen. Paró ante un escaparate donde un vestido veraniego captó su atención.

—Sí, se dijo. A partir de ahora voy a cuidar mi aspecto. Ya vale de hacerse la víctima y encerrarse. Voy a salir, voy a vivir, voy a ser feliz de nuevo... seeeeeeeeehhhh!.

Se fue separando del escaparate medio danzando, mientras observaba su imagen reflejada en él, y se puso a cruzar al otro lado girando como una loca, llena de vitalidad.

Bruno corría las últimas manzanas hacia su casa cuando la vio, como también vio el coche que iba hacia ella y... ¿¿¿sin conductor???

No lo pensó un solo segundo, aceleró y alcanzó a sujetar a Laura con fuerza, apartándola de un empujón que terminó derribándoles a ambos al otro lado de la calzada.

Gabriela no encontraba el móvil y asomó de nuevo la cabeza sobre el volante en el preciso instante en que Bruno y Laura pasaban ante sus ojos como una exhalación. Apretó el freno con todas sus fuerzas y el chirrido de las ruedas resonó en la calle hasta que detuvo el vehículo. El subidón de adrenalina fue instantáneo. Bajó del coche, y corrió a grandes zancadas los metros que le separaban de los peatones que casi había atropellado.

—Ay, ay, ay... Lo siento mucho. No os vi. ¡Dios mío! Estaba... ¿Estáis bien? —dijo agachándose junto a ellos y tocándoles a ambos, llena de nerviosismo.

—Pero... ¿¿¿se puede saber qué hacías conduciendo sin mirar??? —digo Bruno airadamente—. Si no llego a pasar por aquí y me lanzo, la habrías atropellado. ¿Te das cuenta?.

Laura estaba como alelada por el shock, o tal vez por Bruno, de quien no apartaba sus ojos azules. Gabriela y Bruno hablaron un rato acaloradamente, pero se fueron calmando y al final Bruno, alentado por Laura, decidió no poner una denuncia. Se despidieron y mientras Gabriela se dirigía a su coche, que había dejado abierto en medio de la calzada, Bruno intentó convencer a Laura de ir al hospital, para asegurarse de que no tenían nada, pero ante su negativa decidieron al menos ir a una cafetería y tomar algo mientras se calmaban un poco tras el susto.

Gabriela arrancó el coche y puso de nuevo rumbo a casa. Temblaba aún, y condujo muy despacio hasta llegar a su garaje. Cogió el ascensor y abrió la puerta de su casa.

—Ya estoy de vuelta, niños —dijo exhalando un gran suspiro e intentando dar a su voz un tono de naturalidad que no sentía. Aún le duraba el susto en el cuerpo. Las imágenes de Leo entre las sábanas se mezclaban con las de Bruno y Laura tirados en la calzada.

—Hola, mami —dijo Darío acercándose a darle un beso.

—Hola, mamá —dijo Daniela desde el sofá estirándose y despertando del sueño en que se había sumido.

—¿Os habéis portado bien? —dijo.

—Pues claro, mamá. ¿Qué podríamos haber hecho? —respondió Daniela con la inocencia escrita en la cara—, ¡si nunca hacemos nada emocionante!.


lunes, 16 de abril de 2012

The Puppet

The Puppet,... your puppet

Touch...ing (Part I)

—Me tengo que ir y Nadia no puede venir a quedarse con vosotros, así que, os dejo solos. Estaré de vuelta sobre la una y media. Portaos bien —dijo cerrando la puerta.

—Sí, mamá —contestaron al unísono.

Daniela y Darío no era la primera vez que se quedaban solos alguna mañana de sábado por unas horas. Su madre se fiaba, más o menos, de que no ocurriera ningún percance serio. Ya tenían 12 y 11 años respectivamente, y hasta ahora no le habían demostrado que estuviera equivocada al confiar en ellos.

De modo tácito, sin hablar siquiera, se quedaron ambos mirando la puerta, y dejaron transcurrir un par de minutos, como para asegurar que su madre no iba a regresar porque hubiera olvidado algo. Se volvieron uno hacia el otro, con la travesura y aventura escritas en sus caras, y fue Daniela quien sugirió: “¿Jugamos a Touch?”. Era más un hecho que una pregunta, y salió corriendo por el pasillo hacia el salón, seguida de cerca por Darío. Cogieron la guía de teléfonos y el teléfono inalámbrico y se sentaron en la alfombra.

—Te toca a ti elegir, nano —le dijo a su hermano.

Darío, con mucha teatralidad, puso la guía sobre su regazo, y mirando al techo y poniendo los ojos en blanco, la abrió al azar, y aún sin mirar, deslizo su dedo índice sobre las páginas seleccionadas y paró en un punto.

—Aquí —dijo.

—¿A ver? —dijo Daniela volcándose sobre la página para ver dónde había caído y evitar mover el dedo de Darío—. ¡Vale! ¡Probemos!.

Darío dictó nervioso los números de teléfono a su hermana, mientras ella marcaba y repetía.

—… 3… y 9… Ya está.

—Nooo… ¡te he dicho 7, no 9! —clamó.

Guía telefónica
Ya había empezado a sonar, pero Daniela colgó para empezar de nuevo. Si ese no era el número que había elegido el azar, no les valía. Así que comenzó de nuevo a pulsar uno a uno los dígitos del número correcto, y justo antes de pulsar el último, Daniela se detuvo un momento y se aclaró la garganta. Respiró hondo y pulsó la última tecla. Ya oía la señal de llamada y esperaba, con el nervio y cosquillas que te dan las fechorías, a que alguien contestara al teléfono.

—Sí, dígame —dijo una mujer al otro lado.

—Buenos días. Me llamo Clara y soy la encargada de “La Pelu Que Mola”. Hoy es su día de suerte porque estamos ofreciendo cortes de pelo gratis esta mañana, para darnos a conocer. El plazo acaba hoy a las 13:00, así que, está invitada a venir a vernos. Estamos en el Centro Comercial La Pasión.

—¡Vaya! He oído hablar del centro. Me queda a la otra punta de la ciudad, no sé. Lo voy a pensar, pero... lo mismo me animo.

Daniela terminó de añadir algo más de cháchara persuasiva y creíble, y se despidió de la mujer al otro lado de la línea. Nada más colgar, antes de poder echar la carcajada con su hermano y reanudar sus travesuras, sonó el teléfono, y pasó la siguiente media hora al habla con su amiga Ana. Para cuando acabaron de hablar, Darío harto de esperar, ya estaba metido en la piel de Harry Potter jugando con la Wii, y Daniela le vio tan feliz que enchufó su iPod y se dejó caer en el sofá.


Laura colgó el teléfono y se detuvo ante el espejo. La verdad es que se había dejado mucho últimamente. La ruptura con Javier le había dejado al borde de la depresión. Se levantaba de la cama e iba a trabajar como un autómata. Volvía a casa y se sentaba frente al sofá para consumir basura televisiva y autocompadecerse. Así llevaba casi cinco meses. Tenía un aspecto lamentable, y tenía que reaccionar de una vez por todas y ponerle fin. “Ya está bien”, se dijo. Lanzó la pereza directa a la lavadora hecha un guiñapo con su ropa, y fue a eliminar cualquier resto bajo la ducha. Mientras el agua avivaba su recién recobrada voluntad pensaba en que necesitaba un cambio de look. Tal vez era lo que le faltaba para volver a ganar confianza en sí misma. Sí. Iba a convertirse en otra Laura.


—Riiiiing…. Riiiing…

Bruno salió de la cama, aún medio grogui tras la juerga de la noche anterior. Quienquiera que hubiese llamado había colgado. Apenas sonó, pero sí lo suficiente como para sacarlo de la cama. Y ahí estaba, parado en medio del salón camino al teléfono, rascándose la cabeza con una mano y los huevos con la otra. Afortunadamente no había llegado muy mal a casa, pero sus pulmones aún echaban humo y empezaban las toses mañaneras. Tenía que dejar de fumar. Estaba decidido.


De esa guisa estuvo unos minutos, alelado mientras daba tiempo a su cerebro a despertar del todo. Desechó la idea de volver a la cama porque de hacerlo echaría a perder todo el día. No. De algo tenía que servirle haberse levantado a una hora razonable. Fue directo a lavarse la cara y ver cómo las legañas se iban por el desagüe, y se puso un pantalón de deporte, una camiseta y las playeras. “¡A eliminar toxinas y sudar un poco!”, se dijo. Cogió sus cascos y salió de casa con el firme propósito de ir al gimnasio y después a correr un poco.


Gabriela iba feliz a su cita con Leo. Se habían conocido de forma casual en el taller, el día que fue a llevar su coche. Entablaron conversación en la sala de espera, mientras tomaban un horrible café de máquina. Le llegó el turno de ser atendida, y mientras le tomaban los datos, a Leo le llamaban para recoger el suyo. Terminaron casi al tiempo, y él se ofreció a llevarla a tomar un café de los de verdad. De eso hacía tres meses. Desde entonces habían salido al cine y a comer unas cuantas veces. Hacía un año de su separación, y aunque mantenía buena relación con su ex, no quería precipitarse en llevar a Leo a casa por temor a la reacción de sus hijos, lo cual hacía que se vieran cuando les tocaba estar con su padre. Pero ese fin de semana, su ex había cambiado los planes en el último momento por temas de trabajo, y no le quedó otra que inventar algo que hacer para conseguir al menos unas horas con Leo.



Continuará...

(Puedes leer el resto aquí)