domingo, 20 de mayo de 2012

The Date

Ufff... ¡no llego! Me entretuve demasiado haciendo tiempo en el sofá, y ahora voy con la lengua fuera. Y luego encima no sabía qué ponerme. Me probé mil y una cosas, indecisa, descartando unas y otras por sosas, atrevidas, demasiado formales o demasiado sport. Luego vino el intentar cubrir estas ojeras y hacer magia para lucir mejor cara de la que realmente tengo, ¡bendita cosmética! Y, claro, ahora ya he de descartar ir en Metro. Si fuera directo todavía tendría opción, pero teniendo que hacer dos transbordos, no way!. Descarto el coche, que aún hay mucho tráfico y allí no hay quien aparque. Decidido: iré en taxi.

Salgo a toda carrera de casa, y me acerco a la avenida, donde espero parar un taxi en menos de dos minutos. ¡Qué suerte! Veo uno libre en el semáforo. Doy rápidas zancadas y llego a la siguiente esquina haciendo una seña para que pare. ¡Salvada! Le doy la dirección y me hundo en el asiento a intentar relajarme durante el trayecto. Pero mi cabeza es un torbellino, y me noto tensa, nerviosa. He quedado con un tío al que no conozco más que de verle en una foto y habernos intercambiado unos cuantos mensajes y varios emails, y me atrae, me parece interesante, lo cual me tiene nerviosa. Pero más vale que me tranquilice, que si no, voy a llegar histérica. Me hundo más en el asiento del taxi, pegando bien la espalda y recostando la cabeza, y de pronto caigo en la cuenta, mirando al taxista desde atrás y con disimulo por el espejo retrovisor, de que podría tratarse de @simpulso, el twittero taxista, escritor y viceversa. No he podido ver el taxi por detrás para ver si lleva el cartel de nilibreniocupado (blog que os recomiendo), y no he visto más que un par de fotos suyas como para saber con certeza qué pinta tiene, pero,... ¿quién sabe?, podría ser.

Sería una situación curiosa. Reconocerlo y no decir nada. Y escribir un post a partir de lo observado desde el asiento de atrás. Encontrarse en la posición opuesta a la que él siempre toma. Si de verdad fuera él, ahora sería yo la que lo estaría analizando e intentaría saber si él, a su vez, me está estudiando para escribir, tal vez, un post a mi costa. Pero no, definitivamente no es, porque mi conductor tiene una virgen en el salpicadero y al lado una banderita de España, y apuesto a que él no lleva nada de eso. Aun así, tal vez por inercia, sigo observándolo. Suenan las noticias en la radio. Malas, para variar. Se quita las gafas de sol. A través del espejo veo su ceño fruncido y su mirada, muy seria, concentrada en los carriles de la M30, donde el tráfico aún es denso. Apaga la radio y pone música tirando de su iPod. Suena Buena de Morphine. Los sonidos del bajo inundan la atmósfera del taxi y resbalan por la tapicería. Me pierdo un momento en mis recuerdos con los ojos cerrados. Cuando los abro, le pillo mirándome a través del retrovisor, sonriendo con los ojos. Desvía rápido la mirada, y desde ese instante retomo mi estudio a su persona a hurtadillas.

Debe tener unos 37 años. Tal vez más. Lleva el pelo muy corto, con las patillas largas. Simulando acoplarme bien en el asiento, me muevo un poco para alcanzar a verle la cara entera. Lo logro a medias, pero entreveo una perilla corta, sin bigote. Tiene los ojos azules. Mirada limpia, de esas que invitan a hablar con franqueza, a hundirte en sus ojos como cuando te lanzas al agua. Sus cejas son perfectas. Tienen el grosor adecuado, negras y muy bien delineadas. Confieren a su mirada un punto de dureza para equilibrar la inocencia de sus ojos. Su nariz es recta y estrecha, de esas narices elegantes y con personalidad. Sus labios tiran a gruesos. Una pequeña cicatriz en el de abajo delata una pelea de adolescente o un accidente casero. Tiene un tatuaje en la parte posterior del cuello. Es un trío de kanjis en línea hacia abajo.

Nuestros ojos se cruzan en el espejo. Sonreímos ambos con complicidad. Evito el espejo por unos minutos simulando buscar algo en el móvil. Con la cabeza agachada para que no me vea, intento robar más detalles de reojo. Veo un tatuaje pequeño en el dorso de la mano derecha, que se tensa con cada cambio de marcha. Es otro par de kanjis, diferente de los anteriores.

—¿Qué significa? —le pregunto—. El tatuaje de la mano, digo.

—Significa verdad —contesta.

Truth 真実
Empezamos a hablar de los tatuajes, de si son o no dolorosos, me dice el significado de los del cuello, sobrevolamos China y Japón con las palabras, hablamos de la cultura oriental, y de ahí aterrizamos, no sé bien cómo, en Roma, que pone marco a una anécdota que me cuenta. Hablamos ambos, reímos ambos. Descubro que es de Bilbao, que el taxi no es suyo, que está divorciado y sin pareja. Mientras charlamos él también me mira y no deja de sonreír. Creo que no le importaría dejarse llevar. Esas cosas se notan. Creo que a mí tampoco me importaría dejarme llevar. Me siento más tentada a pasar un rato agradable con un virtualmente desconocido conocido, que con el desconocido virtualmente conocido con el que me cité. Sin planes, solo vivir por unas horas, sin cerebro y sin reloj, y ver qué ocurre.

—¿Tienes mucha prisa o te apuntas a tomar algo? —me dice.

—Pues... ¿sabes qué? Dame un minuto —respondo sonriendo, sin saber aún muy bien dónde me meto, pero muy consciente de qué es lo que más me apetece en ese instante.

Guiada por algún tipo de instinto primigénico, sin realmente pensar, saco el móvil del bolso y abro el Whatsapp. Escribo:


Me siento un poco culpable, pero no puedo evitar seguir mis instintos. Mi mente se llena de imágenes anticipadamente. Dos solitarios conectados, tomando algo mientras se conocen un poco más. Dedos entrelazados, caricias, ropas que sobran, manos que exploran, bocas que descubren, besos húmedos, robo de horas a la noche, risas y jadeos que llenan una habitación, roncos gemidos, susurros al oído, sábanas revueltas en la madrugada, duchas compartidas...




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