viernes, 25 de mayo de 2012

The Picnic

Acúname en tus brazos, méceme despacio mientras me susurras al oído. ¡Tan cerca tu boca! Siento tu cálido aliento. Me recorren sensaciones eléctricas y me estremezco. Desde ahí no queda lejos acariciar mi cuello con tus labios. Deposita en él uno de tus besos. Pero ¡cómo!, ¿tacaño a estas alturas, amor? Besa de nuevo, —pido mimosa—, deja tu huella en mi piel, dibuja un corazón con tu lengua, atiende a las demandas que ya otras zonas, envidiosas, elevan en un murmullo ronco, palpitando en la espera. Libera la mano que dejaste jugando enredada en mi pelo mientras lo acariciabas, deja que recorra mi rostro, deja que tus dedos paseen por mis párpados, resbalen por la pendiente de mi nariz y rehagan el contorno de mi boca, dándole un nuevo sentido, permite que los bese, los mordisquee y los lama. Me das hambre. Te tengo hambre. ¡Mira lo que has conseguido! Me abrazabas tierno para que me abandonara al sueño en tus brazos, pero al final has despertado todo mi ser. Has hecho que mi cuerpo no quiera estar recogido y que quiera abandonarse al placer. Mi espalda se siente felina y se arquea imposible sobre la manta. ¿Has visto cómo mece el viento las altas hierbas de la pradera? Túmbate junto a mí, y juguemos, unámonos a la naturaleza en movimiento. Me excita ese vaivén, dejemos que nuestros cuerpos encuentren el suyo. Mientras arrancas mi ropa, te beso con los ojos entornados, y el cielo asoma entre las ramas de los altos árboles que se balancean y nos acompañan con su murmullo. Todo va al compás.

Veo de reojo la cesta, la botella de vino, las copas vacías... Tenemos que repetir más a menudo lo de pasar un día de campo...

martes, 22 de mayo de 2012

Four Cities

Nos conocimos a través de las redes sociales, o sería más exacto decir que tropezamos uno con el otro por casualidad. Charlamos aquel primer día, y un día más, y otro, y nos hicimos asiduos. Todo tenía un aire de virtualidad que resultaba mágico y en cierto modo, cómodo, pues cada uno vivía su vida, pero reservaba un espacio en su día a día para trasladarse a ese otro universo paralelo. Desdoblamiento de cuerpos, alegrías, problemas, preocupaciones, entusiasmos, miedos, vivencias... Todo existía por duplicado, dos mundos que acaso se tocaban solo en un punto, nosotros, pero que eran disjuntos por lo demás. Fruto de ese día a día fue se creando un vínculo. Esa semilla inicial que plantamos, creció y creció bien alimentada, y regada día a día terminó por brotar de la tierra y dar paso a una pequeña planta que se elevaba, tímida y curiosa, hacia la luz.

No sé si fueron tus palabras, por carta, email y chat, no sé si influyó la situación emocional y vital en la que me encontraba, o acaso fuera un poco de todo, ya ¡qué más da!, pero me enamoré del personaje, como le ocurrió a Roxane con Cyrano de Bergerac. Construí en mi mente una realidad virtual en la que todo era perfecto, tú eras perfecto.

Estabas en mi cabeza constantemente, al levantarme, antes de acostarme, en cada momento en que despertaba por la noche, en innumerables ocasiones durante el día... Eras mi tabla de salvación, el oasis al que huir para escapar de una rutina que no me gustaba, ponías el arco iris a mis horas y una maravillosa música a mis pensamientos. Al poco tiempo ambos ansiábamos tener un encuentro, vernos en 3D, tocarnos, olernos, rasgar esa cortina virtual. Parecía el paso siguiente, y el lógico miedo a la decepción se asomaba de tanto en tanto antes del momento crucial. Temor a no gustarte, temor a que no me gustaras, temor a que el sueño se rompiera en mil pedazos y perder ese refugio tan confortable. Y también brotaban los nervios, por la emoción de la aventura y el sabor de lo desconocido. Todo se junta y se entremezcla en ocasiones así, y las sensaciones que recorren tu cuerpo se magnifican. Estómago, corazón, entrepierna y cerebro, cada uno de ellos mostrando sus cartas en un póker incierto.
Llegó por fin el día en que nos encontramos, los dos solos. Se evaporaron los nervios y solo quedamos tú y yo, frente a frente, y todo fue mágico. Lanzamos los dados y fuimos afortunados, porque conseguimos disfrutar de más encuentros, y arrugamos con nuestra pasión las sábanas de varios hoteles, paseamos nuestro amor, bajo el sol y bajo la lluvia, por las calles de cuatro ciudades europeas, nos besamos ante el mundo en montes, playas y jardines, e hicimos varias locuras de enamorados.

Tras largos meses de inmersión de cada uno en su día a día, de lejanía, de ausencia de escapadas, nuestro amor fue perdiendo frescura y color, se desdibujaba lentamente, se fue diluyendo en una normalidad gris y se degradó, viciado con los problemas diarios, acentuados por la separación, y seguramente también por la realidad de conocernos mejor, de saber de verdad cómo era el otro y descubrir en él cosas que no nos gustaban. Había una fractura que se ensanchaba sin remedio, se había perdido la magia del no conocer e imaginar, ¡ahora sabíamos! Y un buen día, a una hora inusitada del amanecer, nuestro amor se había colado por el desagüe, ya no existía, o al menos no de la misma forma en que lo hizo cuando nos puso alas para cruzar mares, acantilados, desiertos y tempestades, o cualquier escollo que se interpusiera en nuestros encuentros.

Lo que compartimos fue mucho, y eso siempre quedará ahí. Ahora, aún somos amigos, pero en realidad también somos dos extraños, que poco a poco han perdido la frescura de la charla diaria y del saber qué pasa por la mente del otro con solo una mirada, escuchar un saludo o leer un email. Como diría un francés... C'est la vie!

domingo, 20 de mayo de 2012

The Date

Ufff... ¡no llego! Me entretuve demasiado haciendo tiempo en el sofá, y ahora voy con la lengua fuera. Y luego encima no sabía qué ponerme. Me probé mil y una cosas, indecisa, descartando unas y otras por sosas, atrevidas, demasiado formales o demasiado sport. Luego vino el intentar cubrir estas ojeras y hacer magia para lucir mejor cara de la que realmente tengo, ¡bendita cosmética! Y, claro, ahora ya he de descartar ir en Metro. Si fuera directo todavía tendría opción, pero teniendo que hacer dos transbordos, no way!. Descarto el coche, que aún hay mucho tráfico y allí no hay quien aparque. Decidido: iré en taxi.

Salgo a toda carrera de casa, y me acerco a la avenida, donde espero parar un taxi en menos de dos minutos. ¡Qué suerte! Veo uno libre en el semáforo. Doy rápidas zancadas y llego a la siguiente esquina haciendo una seña para que pare. ¡Salvada! Le doy la dirección y me hundo en el asiento a intentar relajarme durante el trayecto. Pero mi cabeza es un torbellino, y me noto tensa, nerviosa. He quedado con un tío al que no conozco más que de verle en una foto y habernos intercambiado unos cuantos mensajes y varios emails, y me atrae, me parece interesante, lo cual me tiene nerviosa. Pero más vale que me tranquilice, que si no, voy a llegar histérica. Me hundo más en el asiento del taxi, pegando bien la espalda y recostando la cabeza, y de pronto caigo en la cuenta, mirando al taxista desde atrás y con disimulo por el espejo retrovisor, de que podría tratarse de @simpulso, el twittero taxista, escritor y viceversa. No he podido ver el taxi por detrás para ver si lleva el cartel de nilibreniocupado (blog que os recomiendo), y no he visto más que un par de fotos suyas como para saber con certeza qué pinta tiene, pero,... ¿quién sabe?, podría ser.

Sería una situación curiosa. Reconocerlo y no decir nada. Y escribir un post a partir de lo observado desde el asiento de atrás. Encontrarse en la posición opuesta a la que él siempre toma. Si de verdad fuera él, ahora sería yo la que lo estaría analizando e intentaría saber si él, a su vez, me está estudiando para escribir, tal vez, un post a mi costa. Pero no, definitivamente no es, porque mi conductor tiene una virgen en el salpicadero y al lado una banderita de España, y apuesto a que él no lleva nada de eso. Aun así, tal vez por inercia, sigo observándolo. Suenan las noticias en la radio. Malas, para variar. Se quita las gafas de sol. A través del espejo veo su ceño fruncido y su mirada, muy seria, concentrada en los carriles de la M30, donde el tráfico aún es denso. Apaga la radio y pone música tirando de su iPod. Suena Buena de Morphine. Los sonidos del bajo inundan la atmósfera del taxi y resbalan por la tapicería. Me pierdo un momento en mis recuerdos con los ojos cerrados. Cuando los abro, le pillo mirándome a través del retrovisor, sonriendo con los ojos. Desvía rápido la mirada, y desde ese instante retomo mi estudio a su persona a hurtadillas.

Debe tener unos 37 años. Tal vez más. Lleva el pelo muy corto, con las patillas largas. Simulando acoplarme bien en el asiento, me muevo un poco para alcanzar a verle la cara entera. Lo logro a medias, pero entreveo una perilla corta, sin bigote. Tiene los ojos azules. Mirada limpia, de esas que invitan a hablar con franqueza, a hundirte en sus ojos como cuando te lanzas al agua. Sus cejas son perfectas. Tienen el grosor adecuado, negras y muy bien delineadas. Confieren a su mirada un punto de dureza para equilibrar la inocencia de sus ojos. Su nariz es recta y estrecha, de esas narices elegantes y con personalidad. Sus labios tiran a gruesos. Una pequeña cicatriz en el de abajo delata una pelea de adolescente o un accidente casero. Tiene un tatuaje en la parte posterior del cuello. Es un trío de kanjis en línea hacia abajo.

Nuestros ojos se cruzan en el espejo. Sonreímos ambos con complicidad. Evito el espejo por unos minutos simulando buscar algo en el móvil. Con la cabeza agachada para que no me vea, intento robar más detalles de reojo. Veo un tatuaje pequeño en el dorso de la mano derecha, que se tensa con cada cambio de marcha. Es otro par de kanjis, diferente de los anteriores.

—¿Qué significa? —le pregunto—. El tatuaje de la mano, digo.

—Significa verdad —contesta.

Truth 真実
Empezamos a hablar de los tatuajes, de si son o no dolorosos, me dice el significado de los del cuello, sobrevolamos China y Japón con las palabras, hablamos de la cultura oriental, y de ahí aterrizamos, no sé bien cómo, en Roma, que pone marco a una anécdota que me cuenta. Hablamos ambos, reímos ambos. Descubro que es de Bilbao, que el taxi no es suyo, que está divorciado y sin pareja. Mientras charlamos él también me mira y no deja de sonreír. Creo que no le importaría dejarse llevar. Esas cosas se notan. Creo que a mí tampoco me importaría dejarme llevar. Me siento más tentada a pasar un rato agradable con un virtualmente desconocido conocido, que con el desconocido virtualmente conocido con el que me cité. Sin planes, solo vivir por unas horas, sin cerebro y sin reloj, y ver qué ocurre.

—¿Tienes mucha prisa o te apuntas a tomar algo? —me dice.

—Pues... ¿sabes qué? Dame un minuto —respondo sonriendo, sin saber aún muy bien dónde me meto, pero muy consciente de qué es lo que más me apetece en ese instante.

Guiada por algún tipo de instinto primigénico, sin realmente pensar, saco el móvil del bolso y abro el Whatsapp. Escribo:


Me siento un poco culpable, pero no puedo evitar seguir mis instintos. Mi mente se llena de imágenes anticipadamente. Dos solitarios conectados, tomando algo mientras se conocen un poco más. Dedos entrelazados, caricias, ropas que sobran, manos que exploran, bocas que descubren, besos húmedos, robo de horas a la noche, risas y jadeos que llenan una habitación, roncos gemidos, susurros al oído, sábanas revueltas en la madrugada, duchas compartidas...




sábado, 12 de mayo de 2012

jueves, 10 de mayo de 2012

The Wishing Star

Llevaba un rato tirada en el sofá, desanimada, triste, cansada de estar sola en esta casa tan grande, con la tele puesta pero sin prestarle ninguna atención. Dejé la copa de vino sobre la mesita y salí al jardín a respirar un poco de aire fresco en esa noche tan calurosa. Caminé descalza, sintiendo la hierba húmeda bajo mis pies. Adoro esa sensación. Me hace sentirme libre. Di unos pasos, me detuve y alcé la vista al cielo. Supongo que mi mente andaba en otra parte, pero al verlo poblado de tantas estrellas y al ver esa maravillosa Luna llena, tan grande, quedé como hipnotizada, inmóvil, como si algo me retuviera allí. Miré a la Luna cara a cara y pedí un deseo, como hacía cuando era pequeña. Según mantenía la vista fija en ella, por un momento dudé de todo y pensé que soñaba, creí que mi vista me estaba haciendo trampas. Lo que me parecía estar viendo no tenía sentido. La Luna se veía distinta, lucía diferente, y… ¿cómo explicarlo?... ¡tenía cara! Podía distinguir en la superficie ojos, nariz y boca, y no hablo de manchas que puedan sugerir esa forma, hablo de ojos, nariz y boca como podrían aparecer en alguna película fantástica o de animación. Parpadeé varias veces para poder limpiar mis ojos y enfocar mejor. Allí seguía ella, ¡mirándome! Me sobresalté y se me escapó un “¡oh!” perfectamente audible cuando creí ver que ella me guiñaba un ojo. Sacudí la cabeza. ¿¡Pero esto qué es!? ¿Soñaba? No había bebido más que una copa de vino en la cena, y aunque volví a llenarla, acababa de dejarla prácticamente intacta dentro. Miré de nuevo, primero de reojo, como para pillarla en un renuncio y probarme a mí misma que no eran sino imaginaciones mías. Lentamente alcé la cara y la miré de frente, como retándola. ¡El guiño se repitió! Me quedé absorta y perpleja. Debía ser víctima de un envenenamiento o tal vez me habían drogado. ¿Qué piensa uno en estos casos? Antes de tener respuestas a mis preguntas, algo llamó mi atención por el rabillo del ojo. Como obedeciendo a una señal, una estrella sobresalió de entre las demás y empezó a brillar con más fuerza, rodeada de reflejos azulados, y al momento, en mi cabeza empecé a escuchar una voz de mujer que me hablaba, y que en mi delirio atribuí a la Luna. Distintas emociones luchaban en mi interior: quería escuchar, quería hacer fotos, quería llamar a alguien para tener un testigo y comprobar si veía visiones o no, y al mismo tiempo casi temía ser víctima de una cámara oculta. Esto no podía estar pasando de verdad, pero la voz me dijo:

—No te asustes, niña. He escuchado tu deseo, y voy a velar porque se cumpla. Voy a enviarte a una de mis estrellas para que te guíe hasta él.

Ahí pensé que indudablemente estaba loca de remate, casi me da la risa floja imaginando la cara de mis amigos cuando lo contara, pero la estrella azulada parpadeó y dejó escapar una especie de chispa que empezó a moverse hacía mí. No podía creer lo que estaba ocurriendo.

—No temas quemarte, —siguió hablando la Luna—, porque llegará a tus manos una pequeñísima partícula de ella, con forma de estrella, pero al atravesar la atmósfera perderá su calor y no te hará daño. Recíbela en tus manos.

Miré en torno a mí, por si había alguien escondido. Me daba reparo seguirle el juego y quedar como una tonta e ingenua, pero me dije "¡qué demonios!", y viendo que el pedacito de estrella venía efectivamente hacia mí, junté mis manos en forma de cuenco y las elevé para recogerla. Vi cómo venía muy rápido hacia mí, y empezó a reducir su velocidad. Cuando estaba ya casi en mis manos, se dejó caer lentamente, como flotando. Tenía más o menos forma de estrella. Parecía una piedra de un intenso color azul. La sostuve entre mis manos y emitió un destello. Y mi Luna me habló de nuevo:

—Llévala siempre contigo y atiende a su color. Te guiará hasta tus deseos si sabes escucharla. Cuando las decisiones que tomes sean correctas, permanecerá de color azul. Sin embargo, cuando la veas oscurecer y tornarse grisácea, párate a pensar y recapacita, porque será una señal de que no vas por buen camino y será conveniente que rectifiques.

Di las gracias a la Luna, que ya había recuperado su aspecto habitual, aunque seguía igual de hermosa. Permanecí allí un rato, recordando todo lo que había pasado en apenas unos minutos, grabando los detalles en mi memoria. Caminé de nuevo hacia la casa, acariciando la pequeña estrella entre mis manos. Sentía una inmensa calma, como si me hubiera librado de algún peso incierto. Subí directamente a mi habitación y caí dormida al instante, de un tirón hasta el día siguiente. Cuando desperté, mi encuentro vino a mi mente entre brumas, pero allí seguía la pequeña estrella como prueba tangible de que no lo había soñado.

Desde entonces siempre me acompaña, como si fuera mi amuleto, y me alerta cambiando su color si me meto por un sendero que no me lleva a ninguna parte. Tras una larga temporada en que ha estado mostrándome que mis pasos eran erráticos, estoy feliz porque ha recuperado de nuevo su precioso color azul.

My Wishing Star

sábado, 5 de mayo de 2012

Dirty Hands

Nada más abrir la puerta y entrar en casa, Lucas vio el papel de aviso. ¡Mierda! Lo había olvidado por completo. Esa tarde tocaba junta extraordinaria de vecinos. Le fastidiaban esas cosas, pero si quería dar su opinión más valía que fuera, o se encontraría con que la panda de mojigatos que tenía por vecinos habían convertido la comunidad en un sitio lleno de prohibiciones y normas absurdas. Al menos estaría Laura, y verla siempre era un regalo. Ella no se decidía a dar el paso de hablar con su marido y decirle que quería el divorcio. Cuando se veían en los minutos en que podían escabullirse, aprovechando que su marido estaba en el gimnasio, le prometía una y otra vez que de esa semana no pasaba y que hablaría con él, pero el tiempo avanzaba sin que lo hiciera. Lo suyo empezó de forma casi casual el verano pasado, cuando él estaba en paro y bajaba a la piscina cada mañana a nadar un rato. Solía coincidir con ella, que no trabajaba, y terminaron por charlar a diario y congeniar. A las dos semanas se contaban casi todo, como si llevaran siendo amigos toda la vida y empezó a saber de los problemas que estaba atravesando su matrimonio. Una mañana, tras el habitual rato en la piscina, él propuso comer en su casa cuando subían en el ascensor. Le salió de forma natural y espontánea, y nada presagiaba al principio que fuera a suceder algo entre ellos, pues por mucho que él se muriera de ganas tenía como norma no ligar con mujeres casadas. Pero una deliciosa lasaña y una botella de vino después, sus cuerpos se enredaban en el sofá. Desde entonces se veían de vez en cuando, a veces hasta cinco minutos en el garaje atentos a no ser descubiertos por algún vecino.

"En fin", —se dijo—, "más vale que me sacuda la pereza y baje, a ver si con suerte no se alarga". Pensó, además, que el marido de Laura era el presidente, y si se alargaba, siempre podía escapar un rato con ella. Se quitó el traje, se puso un vaquero y una camiseta y salió. Coincidió en el descansillo con su vecino de al lado y su hija, una niña de unos tres años.

—A la junta, imagino, ¿no? —dijo Lucas.

—¡Qué remedio! Pero antes voy a dejar a la enana en casa de Mayte. Me ha dicho que va su marido a la reunión y que ella se queda con mi hija. Un padre soltero ha de buscarse la vida.

Entraron en el ascensor, su vecino pulsó la planta 12 e iniciaron el descenso. Llegados a la planta, su vecino y la niña salieron.

—Te veo ahora —se despidió.

Se empezó a cerrar la puerta, se oyó un portazo procedente de alguno de los pisos de la planta, pasos corriendo por el pasillo y un suspiro de alivio cuando al asomar la mano bloqueando la célula se detuvo el cierre y se abrió de nuevo.

—Hola, Lucas —dijo Laura sonriente y pícara, lanzándose directa a sus brazos.

Antes de que se cerrara la puerta ya estaban besándose. Lucas ladeó la cabeza de Laura, retiró su melena a un lado y empezó a besar su cuello, mientras con la mano izquierda agarraba firmemente sus nalgas. Ella le tomó la mano libre y lamió sus dedos, y él la liberó de nuevo, dejando que bajara hasta sus muslos y reptara, buscando el camino bajo la corta falda, abriéndose paso y retirando las braguitas a un lado con habilidad. Sus dedos llegaron a su centro del placer, juguetearon sabios mientras Laura moría de placer y sus labios se unían en besos apasionados y húmedos, ahogando los suaves gemidos que llenaban el ascensor.

Excitados ambos, pero conscientes de que la puerta se abriría en milésimas de segundo, se separaron, intentando normalizar la respiración y manteniendo la mirada, que aún estaba impregnada de un algo salvaje y tribal. Se abrió la puerta del ascensor y en la planta baja coincidieron con más vecinos que se dirigían al patio donde se celebraba la junta.

El administrador, el presidente y el vicepresidente estaban sentados frente a una de las mesas del patio. Algunos vecinos habían ocupado las pocas sillas que siempre había, y otros habían bajado una de sus casas. El resto permaneció de pie, entre ellos Laura y Lucas, separados y en extremos opuestos para no despertar sospechas.

Se inició la aburrida reunión, y al cabo de media hora llegaba el momento de la votación. Se contabilizaron los votos y salió empate. El administrador propuso meter en una bolsa papelitos con las opciones y sacar uno al azar. Hubo murmullos de aprobación, y el marido de Laura paseó la vista por los que estaban de pie en las inmediaciones de la mesa:

—A ver, una mano inocente... ¡Tú mismo! —dijo dirigiéndose a Lucas.

—¡Claro! —asintió, iniciando su aproximación a la mesa.

No pudo evitar que sus labios sonrieran traviesos recordando la escena de unos momentos antes. Imaginaba una sonrisa idéntica en la cara de Laura, y pensaba en su fuero interno que en realidad, de inocente, la mano tenía bien poco.

martes, 1 de mayo de 2012

Sharing Is... Love

Despertarme y encontrarte a mi lado, dormido profundamente. Acercarme por detrás y abrazarme a ti buscando calorcito, y notar cómo mi cuerpo, sin haberlo pretendido, se rebela ansioso de ti. Me cimbreo, tentándote, y como tus sueños te retienen, buceo bajo las sábanas, hasta conseguir que tu cuerpo esté tan despierto y ávido de más, como el mío.

Saltar de la cama al piii piii del despertador cuando toca trabajar. Iniciar la mañana compartiendo turno de duchas (yo primero, porque remoloneando no te gana nadie). Ser descubierta in fraganti en pleno mordisco a mi tostada cuando tu cabeza asoma por la puerta para verme antes de irte. Te despido con varios besos sabor café y corro rauda a terminar de arreglarme para ir a la oficina.

Pasar del despertador los fines de semana, y dejar que el día amanezca varias veces mientras ronroneamos y nos desperezamos lentamente. Compartir las tareas domésticas, con música animando cada movimiento. Escapar del hogar para hacer la compra y tal vez comer fuera.

Leer tirada en el sofá, relajada, mientras suena la música, interrumpida de tanto en tanto por los sonidos que brotan de tu tablet o tu móvil, o del deporte que concentre tu atención en la tele.

Coincidir en la cocina y darte un beso, mientras revuelves con gracia y salero la menestra en la sartén, o ser tú el que entra y me abraza por detrás, poniendo en peligro el giro de mi tortilla. Disfrutar cuando a veces cocinamos mano a mano, uno de pinche y el otro de experto, o dedicados cada uno a un plato, compartiendo una botella de vino y charlando mientras los chup chup crean ambiente antes de cenar. Y pasar al salón a disfrutar la comida mientras vemos una serie o una peli.

Hacer una escapada de fin de semana, paladeando ricos manjares, guardando en la retina y en la cámara miles de imágenes para revivirlas después, hablar en otro idioma o escuchar acentos diferentes, visitar una cueva, un museo, un castillo, una iglesia, un palacio, un mercado al aire libre, zambullirse en el mar, tenderse en la arena a broncearse, hacer el amor en un pajar, dormir en una cama con dosel, tomar una sauna, alquilar una barca... Contigo, to infinity ... and beyond!

Compartir, en suma, aunque no todo, porque cada uno tiene sus momentos, sus parcelas, sus zonas, pero disfrutar de todos esos otros en que estamos juntos, sea al pasear, bailar, ir al cine, cenar o ir de compras, y por supuesto disfrutar de charlar, de lo humano y lo divino, aburrido o divertido, ciencia, religión, sexo, la Vía Láctea, política, espías, frikis, sentimientos, viajes,... poder hablar de cualquier cosa.

En una palabra que englobe todo, compartir es... AMAR.