sábado, 10 de septiembre de 2011

Not Anymore

Llevo más de la mitad de mi vida fumando, y tras varios años acariciando la idea de abandonar este hábito definitivamente, esta semana fue la elegida. ¿Por qué no antes? Pues supongo que porque el fumador buscará siempre mil y una excusas para zafarse y postergar la decisión: que el 1 de enero no es buena fecha con toda la de eventos familiares y con amigos que quedan (como si fumar los hiciera más divertidos); que casi mejor después de las vacaciones no sea que me dé un poco de ansiedad y me ponga irascible; que cuando apruebe los exámenes; que total no fumo tanto (esto te lo dicen los que fuman mucho más que tú, no te engañes); que ahora no, porque estoy en plena crisis con mi novio (o mi vida o mi trabajo) y no aguantaría; que cuando pierda unos kilitos, que sé que engordaré al dejarlo y no quiero estar como una vaca burra, y así ad infinitum.

Se acabaron las excusas para mí. Decidí enfrentarme a lo que todo fumador sabe:

  • no está rico: quien diga lo contrario miente, por muy rico que nos creamos que nos sabe y si no, recuerda a qué te supo aquel primer pitillo,
  • es un ataque directo a nuestra salud: varias de nuestras delicadas piezas internas sufren por ello aunque no lo veamos por fuera,
  • hace que nuestros dientes y dedos amarilleen, que nuestros labios y ojos se frunzan al dar cada calada, aumentando las arrugas,
  • nos envuelve en un olor apestoso (nos gastamos dinero en geles y perfumes para después echarnos un poco de eau de cigarette y fastidiarlo todo),
  • cada vez está más caro,
  • está de moda no fumar, abrazarse al verde y dejar de ser un paria

En resumen: es dejarse una pasta en fastidiar la salud consumiendo, cada vez en menos lugares permitidos, algo asqueroso que no alimenta ni es vital para el organismo, que nos hace oler a demonios y nos pone cada vez más feos, por dentro y por fuera.

Cada vez que pienso lo absurdo del tabaco me pongo negra. Y es que lo es de todo punto: sujetar entre los dedos, con mayor o menor estilo, un pequeño objeto cilíndrico, —el pitillo—, para inhalar una suerte de gas venenoso y expelerlo poco después, proceso el cual no nos alimenta ni proporciona nada necesario para nuestro organismo, sino que se encarga de mermar un poquito más nuestra salud y nos deja mal olor. Y si a eso le añadimos un temporal de lluvia, hielo, nieve, granizo, o de lo que sea, ahí estará el aguerrido y valiente fumador para luchar contra viento y marea y conseguir llevarse a la boca el pitillo para dar una calada. Absurdo no, lo siguiente.

Si antes de caer en el vicio del tabaco alguien nos hubiera contado que íbamos a estar dominados por un objeto de apenas unos 7 cm no lo habríamos creído. E igual que ahora, años después de las prohibiciones que se van extendiendo por todo el mundo, nos parece casi imposible que se fumara en autobuses, aviones, salas de espera de hospitales, etc y no hace tanto de todo ello.

Así que inicié mi aventura de vuelta al redil el lunes. Preferí hacerlo en jornada laboral, y más ahora que vuelvo a salir a las seis. No me costó demasiado resistir el primer día. Martes. Genial, ya llevaba dos de dos, y eso que salí a cenar con cuatro amigos, todos ellos fumadores. Miércoles. Seguía imbatible. Jueves. No sé qué pasó el jueves, pero caí. Sí. Dos o cuatro, ¡qué más da!, pero me fallé a mí misma. Muy mal, me dije. Muy mal, muy mal, muy mal. Pero de pronto, aunque aún lejos de optar por infligirme el harakiri, paré de autocastigarme. Igual que no actuarías así con un amigo, ¿por qué hacerlo contigo? No, he de animarme, pensé, ser dura, sí, pero no hasta ese punto, y confiar en mí, porque sé que puedo.


No es igual de sencillo para todos los que lo intentan. Cada uno busca sus motivaciones y apoyos, pero siempre es una decisión personal. En mi caso, sigo firme en mi propósito de dejarlo, pero me faltó tal vez el apoyo de alguien que te anime cuando estás a punto de recaer, alguien que no te deje engañarte de nuevo y te recuerde que tú también puedes lograrlo. Ese alguien existe, y no es sólo una persona, sois muchas, así que, no, no me he rendido. Y pronto llegará el día en que, cuando me ofrezcan un pitillo, diga orgullosa con una sonrisa: "No, gracias, no fumo. Ya no".