miércoles, 20 de abril de 2011

Imaginary Sea

Caminas por la playa, sin prisa, paseando... Sientes a cada paso el tacto de la arena, fresca a esas horas cuando el sol apenas empieza a saludar y dar los buenos días. No desvías el rumbo aunque el agua te alcance. Disfrutas de ello, y dejas que el líquido salado lama tus pies y juegue a pillarte y a alcanzar tus piernas. Aprietas el paso porque sí, porque sientes la necesidad de ponerte una meta y llegar a las rocas antes de que el velero que divisas cruce tu vertical con la boya, pasando de ese casi trote al galope, sintiendo la melena revuelta a cada zancada. Te crees gacela, y pantera, y jaguar, y saltas y brincas de contento junto a las rocas porque ganaste al barquito. Te desplomas en la arena, exhausta por el esfuerzo, acalorada, y decides concederte como premio un baño, aunque no lleves toalla, ni bikini, ni nada adecuado. Dejas las chalitas y el vestido de tirantes en la arena, y vas al encuentro del agua, quien ya esparcía rumores entre los peces de que te había asustado, pues te alejaste de ella en tu competitiva carrera. Pero te recibe plena, y te mece cuando te tumbas boca arriba sobre la superficie, flotando sin apenas moverte, mirando de reojo al sol y haciéndole un guiño sólo por estar ahí. Y te sientas en la desierta playa tras el baño, aún cerquita del agua, para que sepa que ya eres parte de ella, porque su sal impregna tu piel. Sentada como estás, abrazas tus piernas, sin dejar de mirar el horizonte, y te sientes en paz contigo y con todo. Las gaviotas (¿o son gorriones?) te sacan de tu ensimismamiento y emprendes el regreso a la realidad de no estar en la playa...


¡Feliz Semana Santa!

domingo, 17 de abril de 2011

The Runaway

Se abrochó los vaqueros y se ajustó el cinturón. Se puso la camiseta, primero los brazos y después la cabeza, como siempre hacía, dejándola por fuera, como le gustaba, sin meter bajo el pantalón. Se pasó la mano por el cabello, corto pero abundante, salpicado de canas aquí y allá. Se acarició la barbilla, notando la incipiente barba y devolvió la mirada a los ojos azules que le escrutaban desde el espejo. Se hundió en ellos, y se vio a sí mismo conduciendo la noche anterior. Iba relajado y feliz, escuchando su disco favorito de jazz, anticipando el momento de encontrarse con su cita. Se llamaba Ivana. La había conocido en la oficina. Estaba en otro departamento y a veces coincidían en reuniones o en algún viaje de negocios, como aquella primera vez. La sede de la empresa estaba en Barcelona, y cada tres meses había reuniones de cierre de trimestre. Ambos, junto a otros compañeros, asistieron a la última hacía ahora dos meses. Se alojaron en el mismo hotel por tres días, y la segunda noche tras la cena, varios de ellos se animaron a ir a un garito, tomar unas copas y bailar un poco para deshacerse de la tensión del día. A él ella le había atraído desde el primer momento, y es lo que decían sus ojos cuando la miraba. Ella parecía notarlo y encontrarlo gracioso, y sonreía cuando hablaba con él. Estuvieron juntos gran parte de la noche, compartiendo la última copa a medias. Cuando volvieron al hotel, se despidieron unos y otros en las diferentes paradas que iba haciendo el ascensor. No había hecho más que entrar a su habitación cuando sonó su móvil. Era ella. "¿Voy yo o vienes tú?" —dijo. Y cinco minutos después sonó un "toc toc" en la puerta de Ivana. Entró él, con una botella pequeña de champán rescatada del minibar y dos copas. Era la primera noche, y fue maravillosa. No hubo palabras de amor, sólo deseo, pero funcionaron como dos piezas diseñadas para estar juntas.
 

Desde aquel primer encuentro habían salido juntos por ahí en varias ocasiones, y habían terminado en casa de alguno de los dos, a veces viendo pelis, tirados en el sofá, cenando algo informal y tomando una copa de vino; otras llegaban derechos a la cama, para dar rienda suelta a la atracción que sentían. A la mañana siguiente, desayunaban juntos y se despedían sin promesas. Nunca hablaban de sus sentimientos. Él se sentía muy cómodo con ella. Siempre lo pasaba bien con Ivana. Era inteligente, divertida, dulce, sexy.

Había amanecido y ella aún dormía. Habían pasado la noche juntos una vez más. Hacía sólo unos instantes que se había escabullido de la cama sigiloso como un ladrón, para no despertarla, liberando su cuerpo del olor a ella que tanto le fascinaba. La había contemplado extasiado en su abandono. Dormida, de lado, con la sonrisa de la felicidad en el rostro. Le había acariciado la cabeza y había rozado su sien con los labios. Y ahora, ya vestido, frente al espejo, el escrutinio de sus ojos azules le había dejado paralizado ante él por unos segundos, mientras rememoraba los momentos pasados con ella. Conocía esa mirada. No necesitaba acudir a un doctor para saberlo. Tenía los síntomas que le alertaban de que su corazón había encontrado un refugio, una isla junto a la que echar el ancla y dejar de ir a la deriva. Sabía que debía huir... como siempre hacía, porque estaba irremediablemente enamorado...


jueves, 7 de abril de 2011

Dreamy Mind

A Eva siempre le gustó observar a la gente e imaginar historias. No se quedaba mirándolos fijamente absorta, era más un atisbar por el rabillo del ojo de tanto en tanto, para captar detalles sin que se apercibieran de ello, y poder lanzarse a crear. Lo hacía en el metro de camino al trabajo o de vuelta a casa, sentada en un parque tranquilamente escuchando música con sus cascos, tomando un café en una terraza, en el bar a la hora del almuerzo cuando le tocaba comer sola. No podía evitarlo. Si no estaba concentrada en la lectura, en esas ocasiones en que llevaba consigo una novela, o enfrascada en sus propios pensamientos casi sin ver ni oír a su alrededor, observaba y observaba, y se fijaba en mil pequeños detalles que daban alas a su imaginación para ir pergeñando vidas. Ella lo llamaba leer vidas, que no eran sino retazos, pues las ficciones que creaba en su mente abarcaban escenas de unos minutos, los suficientes para que su mente se sintiera satisfecha de encontrar explicación a lo que sea que le hubiera llamado la atención en la persona observada: ojos llorosos, una sonrisa al mirarse la manicura recién hecha, unas ojeras en ojos brillantes y vivos, una camisa mal abotonada... 

Tenía frente a ella a una mujer que debía rondar los 47. Era atractiva. Vestía traje de chaqueta y portaba un maletín además de su bolso. Pensó en ella como una ejecutiva. No lucía ningún adorno en sus cuidadas manos. No llevaba medias, lo que chocaba con la temperatura de aquel día tan fresco. Los zapatos eran negros, de tacón y con trabilla, y llevaba la del pie izquierdo suelta. El cuello de la camisa estaba descolocado, parte por encima de la chaqueta, parte por debajo. Tenía leves restos de maquillaje en su cara y el cabello un tanto alborotado. La vio atusarlo con las manos unos instantes cuando la persona que tenía frente a ella se levantó para bajar en la próxima estación y pudo verse reflejada en el cristal, momento en que pareció recordar algo, y sacó un brillo del bolso para aplicarlo en los labios. Llevaba el móvil en la mano, y cada nuevo beep le hacía leer ansiosa y responder, mientras esbozaba una sonrisa, ora pícara, ora llena de ternura.


Eva dibujo en su mente a una mujer enamorada, que tenía una historia con un hombre de su misma oficina. Él era casado en proceso de divorcio, y ella tenía una hija que le esperaba en casa. Acababan de hacer el amor en la mesa de la sala de juntas, dando rienda a la pasión contenida todo el día a pesar del incómodo tálamo, pero tuvieron que apresurarse al escuchar acercarse al personal de limpieza que empezaba su turno. Algún imprevisto ocurrió, seguro, y no se puso las medias ni ajustó su trabilla ni el cuello de su camisa por las prisas, o tal vez las medias se rompieron en el calor del momento. La mirada soñadora de ella delataba que se habría quedado más tiempo, y que era una relación incipiente, que le tenía ilusionada, pues los ojos le bailaban como a una quinceañera a cada nuevo mensaje que recibía.

Eva levantó la mirada y vio que la siguiente era su parada. Se levantó deseando buena suerte mentalmente a la desconocida, y echó a caminar por el andén en cuanto se abrieron las puertas.


Sí, le gustaba observar, por el placer de echar a volar la imaginación con los retazos captados. Lo que jamás le pasó por la mente fue que ella también podía ser observada. Y lo era. Pero no era esa observación casual que practicaba ella, sino una observación premeditada, casi planificada, que ejercía una persona sobre ella diariamente. Se sabía sus horarios de ir y venir del trabajo, porque trabajaba en la misma zona y se aseguraba de subir al mismo vagón de metro. Caminaba ahora tras ella hacia la calle. A fuerza de seguirla, sabía que iba al parque un par de tardes entre semana, y la zona en que solía parar cuando salía caminando a tomar algo o a comer por el barrio, porque el observador ¡sabía dónde vivía! y sabía, sólo como datos anecdóticos, su nombre y apellidos, pues no los había usado más que para buscar sobre ella en Internet. ¡La de cosas que se descubren a veces! La seguía a menudo, para empaparse de sus costumbres y poder deducir dónde iba a estar, y así ser capaz de atesorar momentos cerca de ella. Ése era su objetivo y su fin. No se trataba ni de un psicópata ni de un mal tipo, se trataba de un ser sensible con un don que le había dado innumerables dolores de cabeza y nunca le había parecido tal hasta el momento en que ella apareció en su vida. Ahora sí lo disfrutaba, y por ello se había convertido en su sombra sin que ella lo advirtiera, porque ponía cuidado en parecer invisible e inofensivo y no quería asustarla. Se había hecho adicto a ella y sus fantasías. Tenía el increíble don de leer la mente...