miércoles, 25 de febrero de 2009

Singsong Tuesday

Martes... Desayunada, duchada, vestida y manos al volante, el día comienza con un par de atascos previos a llegar al trabajo. Hoy, para más inri, tenía que ir a otro edificio más lejos de casa que el habitual. Allí he pasado todo el santo día, con reuniones varias, trabajo en equipo, y algún que otro break para tomar un café, salir a la calle a disfrutar de este día tan primaveral, o para comer claro, que la alimentación no hay que descuidarla por muy liado que se esté. Pasaban de las 19:00 cuando he planteado mi retirada, casi ya resignada a topar con más atascos en el largo recorrido que me esperaba. Nada que ver. He disfrutado como una enana. Poder salir, callejear un poco y tomar la M40 ha sido pan comido, y ya en la autopista, con la música a tope y el techo solar abierto, iba feliz, cantando a voz en grito y sabiéndome no escuchada. Siendo el tráfico fluido como era, a lo sumo alguno ha oído una nota desafinada cuando... pfffiuuuuu!... he pasado a su lado como una bala. Mejor para él que solo haya sido eso, porque jamás he cantado bien, para qué negarlo o disimular. Ya de pequeña, en los cumpleaños, cuando tocaba lo de cantar en el momento de soplar las velas, intentaba hacer playback, y movía los labios sin cantar más que los finales de las estrofas ...iiiiiiiiz, ...iiiiiiz, ...oodooos, ...iiiiiiiiizzz... Curioso, si se tiene en cuenta que a mi hermana y a mí nos confunden la voz al hablar. Al cantar imposible. Ella canta bastante bien, pero yo no llego ni a los bajos ni a los altos. Si el timbre es similar, ¿qué se necesita para cantar bien?

En fin, yo estoy resignada, y ahora, al menos, me reservo el placer de esos momentos en el coche...

jueves, 12 de febrero de 2009

Plunge into the Pacific Ocean

Machas al parmesano, empanada chilena, ceviche de pescado, tiradito (es peruano), pastel de choclo, asado, pebre, congrio a la mantequilla, corvina... Hmmmm... rico, rico… Me estoy poniendo las botas día tras día, y regando los aperitivos con pisco o con los buenos caldos de esta tierra, blancos (como un buen el Chardonnay) o tintos. Ayer fue a la hora de comer, en el chiringuito de la playa de Zapallar, - César creo que se llama -, mirando al mar y los bañistas. Pregunté a una pareja de carabineros (es como se conoce aquí a los señores polis), si estaba permitido hacer topless en Chile. Me dijeron que no, salvo en playas específicamente nudistas, y que hay multa en caso de que alguien te cite. Bueno, la verdad es que ayer no pensaba hacerlo. La playa estaba bastante concurrida y con ambiente muy familiar, y sé que aquí son pelín más conservadores que en España, así que no pretendía alterar a los chilenos. Me alegré, sin embargo, de que no hubiera habido mucha gente hace un par de días en la playa de Cachagua, ni siquiera carabineros patrullando, porque allí sí, ante la mirada de propios y extraños, opté por tomar el sol sin la parte superior de mi bikini. En cualquier caso, ayer en Zapallar el mar estaba un tanto bravo, y cuando está así, baja más de un calzón a los bañistas. No era caso salir desnuda al completo de mi baño… He dicho bien: mi baño. Ayer, por fin, en mi quinto viaje a Chile, caté de primera mano las aguas del Pacífico. Me metí incluso un par de veces, brincando sobre las olas con los niños según me adentraba. Di fe de lo fría que está el agua, acá, aunque creo recordar sensaciones similares en el Cantábrico o el Atlántico. La prefiero un poco menos fría, pero… es una gozada sentir las carnes tan prietas como a los veinte

lunes, 9 de febrero de 2009

Mailing a Postcard

Aunque cada vez menos frecuente por aquello de la existencia de Internet, estando de vacaciones siempre ha sido normal eso de enviar una postal a algún amigo, con un paisaje de la zona y una breve descripción de lo bien que lo estás pasando y demás. Hoy, tras llevar en Chile 15 días, he podido por fin completar la misión que me propuse, y que era a todas luces bien sencilla: enviar una postal a mi amiga Jayne, que vive en Birmingham. Pasé la primera semana en Santiago, y allí, la verdad, por desconocimiento de las dificultades que encontraría después, hice algún amago de comprar una postal en algún supermercado, pero sin demasiado hincapié y sin éxito. Pensé “No importa. Será más fácil encontrar cientos de postales en el sitio de playa al que iré en unos días”. Hace ya más de una semana llegué a Cachagua, un pueblecito de la costa, cerca de Zapallar, al norte de Santiago. No se parece en nada a los pueblos costeros que rodean España, e indagué sin descanso en todo tipo de comercio donde me tincaba (palabra chilena que viene a decir “me daba en la nariz”) que pudieran venderlas. Tuve éxito a los tres días, aunque el muestrario era bien magro, pues consistía únicamente en dos paisajes a elegir. El señor que las vendía en una pequeña tienda me contó que ya no había, y todo desde que se murió hace años el señor que sacaba fotos de los paisajes de esta zona tan linda de Chile. Elegí la que me pareció menos mala, y me di con un canto en los dientes al pensar que el 30% de mi misión estaba completada. Sólo restaba escribirla, pegar el sello y echarla a un buzón. Fácil. O eso creía yo…

Estampillas chilenas
En los distintos sitios donde pregunté por las postales, al preguntar también dónde podía comprar sellos (aquí les llaman estampillas), me explicaban que solamente en Correos. Me asombró bastante, ya que en España se venden en todos los estancos expendedores de tabaco. “No pasa nada”, —me dije—, “mañana me acerco a Correos a Zapallar”. Y así lo hice. Encontré a un señor, sentado tras una mesita, en lo que debía ser su momento de descanso. Estaba dando buena cuenta de un cuenco con trozos de fruta cortada. Muy amablemente me informó que no había un solo sello en Zapallar, que habían hecho ya el pedido a Correos de Santiago, pero que tardarían en llegar, y que seguramente ya estaría yo de vuelta en Madrid para entonces. ¡No daba crédito! No hay oficina de Correos en todos los pueblos, pero pregunté en Cachagua, Maitencillo, La Laguna… los que quedaban más cerca. Muchos me decían que sólo en un pueblo grande como Valparaíso podría encontrar, aunque alguno me dijo que probara en Papudo, que está a unos 18 km de donde estoy. Esta mañana me decidí por Papudo y allí llegué tras recorrer en coche un camino de puras curvas. Varias indagaciones después, descubrí que Correos estaba en la Municipalidad (algo así como el Ayuntamiento), y sin mucho problema localicé la plaza y la oficina. Estaba abierta, pero… vacía. Llamé varias veces, sin éxito. Salí de nuevo, y se me ocurrió preguntar en el comercio de enfrente. Una chica super maja se ofreció a localizar a Doña Rosa, la del despacho de Correos, y al tiro (otro chilenismo) apareció la mujer que me haría feliz. Salía de la cafetería de al lado y entró dispuesta a atenderme. Le pregunté por las famosas estampillas, y me aseguró que tenía. Sacó todo un fajo de sellos que casi me hizo soltar lagrimitas de emoción. ¡Doña Rosa tenía todos los sellos de Chile, por Dios! Me aseguré de ponerle el adecuado para que mi postal viaje a Gran Bretaña, y allí la dejé. Me dio cosita. Llevaba trasportando la postal ya escrita en mi bolso varios días, y ahora la veía ahí, sobre el mostrador, con su sello de 685 pesos bien pegadito,… tan mona, tan completa e indefensa ante los posibles avatares que le aguarden hasta llegar a su destino, y en los que ya no podré intervenir. No llevaba la cámara, pero ganas me dieron de hacerle una foto antes de dejarla partir. Le pregunté a Doña Rosa:

—¿Usted cree que llegará?

Ella levantó la cabeza, se ajustó las gafas, y me dijo muy segura y resoluta:

—¡Huy, ya lo creo que llega! Ésta sale de aquí esta misma tarde…

Tengo cruzados los dedos. Jayne…, yo lo intenté :-)