lunes, 9 de febrero de 2009

Mailing a Postcard

Aunque cada vez menos frecuente por aquello de la existencia de Internet, estando de vacaciones siempre ha sido normal eso de enviar una postal a algún amigo, con un paisaje de la zona y una breve descripción de lo bien que lo estás pasando y demás. Hoy, tras llevar en Chile 15 días, he podido por fin completar la misión que me propuse, y que era a todas luces bien sencilla: enviar una postal a mi amiga Jayne, que vive en Birmingham. Pasé la primera semana en Santiago, y allí, la verdad, por desconocimiento de las dificultades que encontraría después, hice algún amago de comprar una postal en algún supermercado, pero sin demasiado hincapié y sin éxito. Pensé “No importa. Será más fácil encontrar cientos de postales en el sitio de playa al que iré en unos días”. Hace ya más de una semana llegué a Cachagua, un pueblecito de la costa, cerca de Zapallar, al norte de Santiago. No se parece en nada a los pueblos costeros que rodean España, e indagué sin descanso en todo tipo de comercio donde me tincaba (palabra chilena que viene a decir “me daba en la nariz”) que pudieran venderlas. Tuve éxito a los tres días, aunque el muestrario era bien magro, pues consistía únicamente en dos paisajes a elegir. El señor que las vendía en una pequeña tienda me contó que ya no había, y todo desde que se murió hace años el señor que sacaba fotos de los paisajes de esta zona tan linda de Chile. Elegí la que me pareció menos mala, y me di con un canto en los dientes al pensar que el 30% de mi misión estaba completada. Sólo restaba escribirla, pegar el sello y echarla a un buzón. Fácil. O eso creía yo…

Estampillas chilenas
En los distintos sitios donde pregunté por las postales, al preguntar también dónde podía comprar sellos (aquí les llaman estampillas), me explicaban que solamente en Correos. Me asombró bastante, ya que en España se venden en todos los estancos expendedores de tabaco. “No pasa nada”, —me dije—, “mañana me acerco a Correos a Zapallar”. Y así lo hice. Encontré a un señor, sentado tras una mesita, en lo que debía ser su momento de descanso. Estaba dando buena cuenta de un cuenco con trozos de fruta cortada. Muy amablemente me informó que no había un solo sello en Zapallar, que habían hecho ya el pedido a Correos de Santiago, pero que tardarían en llegar, y que seguramente ya estaría yo de vuelta en Madrid para entonces. ¡No daba crédito! No hay oficina de Correos en todos los pueblos, pero pregunté en Cachagua, Maitencillo, La Laguna… los que quedaban más cerca. Muchos me decían que sólo en un pueblo grande como Valparaíso podría encontrar, aunque alguno me dijo que probara en Papudo, que está a unos 18 km de donde estoy. Esta mañana me decidí por Papudo y allí llegué tras recorrer en coche un camino de puras curvas. Varias indagaciones después, descubrí que Correos estaba en la Municipalidad (algo así como el Ayuntamiento), y sin mucho problema localicé la plaza y la oficina. Estaba abierta, pero… vacía. Llamé varias veces, sin éxito. Salí de nuevo, y se me ocurrió preguntar en el comercio de enfrente. Una chica super maja se ofreció a localizar a Doña Rosa, la del despacho de Correos, y al tiro (otro chilenismo) apareció la mujer que me haría feliz. Salía de la cafetería de al lado y entró dispuesta a atenderme. Le pregunté por las famosas estampillas, y me aseguró que tenía. Sacó todo un fajo de sellos que casi me hizo soltar lagrimitas de emoción. ¡Doña Rosa tenía todos los sellos de Chile, por Dios! Me aseguré de ponerle el adecuado para que mi postal viaje a Gran Bretaña, y allí la dejé. Me dio cosita. Llevaba trasportando la postal ya escrita en mi bolso varios días, y ahora la veía ahí, sobre el mostrador, con su sello de 685 pesos bien pegadito,… tan mona, tan completa e indefensa ante los posibles avatares que le aguarden hasta llegar a su destino, y en los que ya no podré intervenir. No llevaba la cámara, pero ganas me dieron de hacerle una foto antes de dejarla partir. Le pregunté a Doña Rosa:

—¿Usted cree que llegará?

Ella levantó la cabeza, se ajustó las gafas, y me dijo muy segura y resoluta:

—¡Huy, ya lo creo que llega! Ésta sale de aquí esta misma tarde…

Tengo cruzados los dedos. Jayne…, yo lo intenté :-)

 

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